Ha llegado el momento de hablar de la afición de los italianos por la buena mesa. Una hermana mía, que fue diplomática en París, me decía que los franceses viven para comer, a diferencia de nosotros que comemos para vivir. Igual que los franceses, los italianos. Hablando con Iván Gioia, que sería nuestro magnífico anfitrión del siguiente viaje en Italia, que fue a Sicilia, le decía que tenía reparo en escribir esto, que me daba pena, como decimos en Colombia, decir que los italianos viven para comer. Me decía Iván, dilo sin problema. Recorriendo pueblos y ciudades de esa portentosa isla que es Sicilia, la tierra del cíclope Polifemo, la tierra de Empédocles, de Arquímedes y de Luigi Pirandello, yo le comentaba con tristeza lo que pienso, y lo pienso con dolor y a conciencia, que la máxima diversión para muchísimos colombianos es el trago y la rumba.
Entonces él me decía, escribe que para nosotros los italianos el buen comer, el compartir con amigos, familiares, vecinos e invitados, la buena mesa es nuestra máxima diversión.
Una fiesta de bodas en Colombia se celebra generalmente con baile y trago, en Italia con una magnífica comida. Cuando Gianna Bressan me invitó a Milán, Puglia y Sicilia, me habló y me ponderó la excelente comida. Yo, un tanto maleducado, le dije que para mí la comida no tenía tanta importancia, que como lo que hay, con tal de que sea saludable y me guste.
La comida a la que asisten los invitados a una boda, suele comenzar a las seis de la tarde y terminar a la una de la mañana. Se pueden servir hasta 50 entremeses diferentes antes de los platos principales, todo ello acompañado de buenos vinos, como son los italianos. Así me tocó a mí. No fue invitación a fiesta de bodas, sino a una cena organizada para agasajarnos a Gianna Bressan y a mí en el Tenuta Monacelli.
Los entremeses se traen espaciados, la conversación avanza, los brindis pululan, en suma, una invitación a comer, como era en los tiempos épicos según lo leemos por ejemplo en La Ilíada, es una demostración suma de aprecio. Y así lo sentimos Gianna y yo aquella noche en el hotel Tenuta Monacelli. Pero no solamente se trata de muchos entremeses sino que son de altísima gastronomía y apetitosa presentación. Y los hoteles se precian de tener a su servicio famosos cocineros. En Lecce yo había leído en un restaurante: “La buena cocina es un acto de amor”.
Nos quedaban tres ciudades por visitar dentro del plan que teníamos trazado, plan que excluía a muchas otras, magníficas también pero que nuestro tiempo de viaje no nos permitía admirar. Quedaban por fuera entre otras, Bríndis y Foggia, capitales de sus respectivas provincias de la Puglia y pueblos como Mattinata, Peschici, y Manfredonia en Foggia; Altamura, Canosa, Bitonto, Putignano, Ruvo y Egnazia en Bari; Mesagne, Torre Canne, Fontana en Brídisi; Manduria, Massafra en Taranto; y San Cataldo, Castro Martina, Galatina y Leuca en Lecce. Leuca se encuentra en toda la punta meridional del tacón de la bota italiana mirando al África. En otras palabras, allí se acaba Italia.
Las tres ciudades que nos faltaban eran Giovanazzo, Táranto y Cisternino. Las dos primeras muy importantes, la primera por ser llamada “la ciudad de las 100 iglesias” y la segunda por la deliciosa historia de las arañas tarántulas y el baile de tarantelas. La tercera me impactó por sus monumentos a los héroes de la Guerra.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015