Y llegó el día señalado. Así se titula una bella novela de Manuel Mejía Vallejo. El día de ascender al Etna.
El volcán mide 3.300 metros sobre el nivel del mar y tiene una historia muy explosiva, muy volcánica. La base mide 1.200 kilómetros cuadrados. Primero lo llamaron Gibel, que en árabe significa montaña. Gibel o Mongibel. Los griegos ubicaban en el fondo del cráter las fraguas de Hefaistos o Hefestos, el dios del fuego, en cuyo trabajo le ayudaban los cíclopes y los gigantes.
Vino a recogernos en su coche la mejor guía que tiene el volcán, una rubia hermosa, bióloga y somelier, de nombre Natali Guziuk Milano. Y los “valientes” caminantes éramos Gianna Bresan, Iván Gioia y yo.
El día, como todos los de verano en estas latitudes, estaba completamente despejado, y el azul era profundo. Ya contamos que Empédocles, el filósofo de los cuatro elementos, que no quería morir de manera prosaica como morimos los demás mortales, se arrojó al cráter. Eso dicen la historia o las leyendas. El nombre de Etna le viene al volcán de una ninfa de la mitología griega y es considerado como uno de los volcanes más activos del mundo. La verdad es que el volcán vive en constante actividad. Aún así no es tan peligroso y por eso muchas personas viven casi en las faldas en pequeños poblados. Los historiadores de la antigüedad lo nombran pues una de sus erupciones impidió a los cartagineses avanzar hacia la ciudad de Siracusa en el año 396 a.C. en el curso de una de las Guerras Púnicas. Para mí esta ascensión al Etna era muy importante pues a lo largo de mi vida he tenido volcánicas relaciones con estos colosos de la Tierra. Así he dormido en el cráter del Ruiz, cuando se podía, en los cráteres del Puracé (fueron tres noches de tragedia, casi morimos), del Galeras, en el Cumbal (una noche terrible en la que casi nos asfixiamos), de el Azufral (varias veces y las que la vida todavía me depare). Mi ascenso anterior a un volcán fue en las Islas Canarias, cuando hace dos años ascendí al Teide, que es el pico más alto de España.
El Etna tiene cuatro bocas en la cima, una de las cuales se llama La Vorágine y varios centenares en las faldas. Las erupciones que provienen de las bocas de la cumbre no son tan peligrosas como sí las laterales porque estas pueden afectar a los pueblos vecinos. En la vía carreteril de acceso al Volcán pasamos por varios pueblos, ubicados todos en las faldas. Cerca de uno de ellos hay una estatua de Polifemo, el simpático gigante de la historia de Ulises y sus compañeros.
En el año 122 a.C. una poderosa erupción del Etna afectó seriamente a Catania y por ello los romanos eximieron de impuestos a sus habitantes durante 10 años. Otra de las tantas erupciones datadas en la historia lanzó cenizas hasta Roma, ubicada a 800 kilómetros de distancia. Ello es posible gracias a los vientos reinantes. En nuestra historia de Colombia se habla del Volcán de Cartago, una de cuyas erupciones lanzó cenizas hasta Panamá. Fue en la Colonia y el Volcán de Cartago era nuestro entrañable Ruiz. En esa época Manizales no existía. Y cuando el Ruiz destruyó a Armero las cenizas llegaron hasta la Sierra Nevada del Cocuy y los puntitos de polvo de ceniza que literalmente cubrieron los neveros irradiaron calor y aceleraron el deshielo; a esto se ha juntado el calentamiento global que está dejando “pelada” a la Sierra boyacense. De este manto de ceniza que cubrió al Cocuy fui testigo presencial.
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