El encuentro de una de sus lanchas metálicas, oxidada y semitapada por la arena nos llevó a la historia del coronel Funes. Regresé unas veces más a San Fernando de Atabapo llevando a los bachilleres del Colegio Champagnat de Bogotá a su excursión de grado y comprobé que habían arreglado la tumba, le pusieron lápida y muchos turistas, según me cuentan, la visitan. De ello han pasado varios años y con la conflictiva situación de Venezuela no he vuelto por esos lados y no sé cómo estará ahora la tumba del sanguinario coronel.
Estábamos descendiendo el río Tuparro y en su raudal saltamos a tierra mientras el motorista conducía la lancha por los rápidos. Nos dirigimos enseguida al más famoso accidente geográfico del Parque Tuparro, el Raudal de Maipures, bautizado por el sabio Humboldt como la octava maravilla del mundo y por ello es el lugar más visitado en el Parque. Saludamos al pasar a los funcionarios en su cabaña situada en una roca cerca de la confluencia de los dos ríos. Desde este mirador privilegiado se domina el gran lago que forman los dos ríos y los espléndidos bancales de arena de color amarillo brillante que aparecen en esta época de verano al descender el nivel de las aguas. Aquí no se encuentran las oficinas del Parque Tuparro. Ellas están en la margen derecha del río Tomo muy cerca de su desembocadura en el Orinoco.
Los turistas no suelen ir a ellas dado que la parte más hermosa del Orinoco se encuentra en el Raudal de Maipures. Esta zona, que he visitado muchas veces, me trae los más hermosos recuerdos. Exactamente en la punta donde se encuentran los dos ríos, Tuparro y Orinoco, hubo hasta hace poco tiempo, sobre una roca, una enorme y hermosísima cabaña de madera, techada en paja que era visible desde todo el entorno de tierra y de los ríos. Allí pernocté varias veces y con el paso de los años vi como se iba deteriorando hasta que finalmente se derrumbó. Creo que una de las causas principales del desastre fue la acción de unos cucarrones que atacaban la madera y la perforaban; a pesar de que la madera estaba inmunizada contra la humedad y contra los bichos, las duras condiciones atmosféricas de viento, sol y humedad fueron más fuerte y la construcción se desplomó simplemente porque las paredes y las columnas perforadas por centenares de huecos no la podían ya sostener. Ahora hay unas cabañas pequeñas, de dos pisos, para albergar a los turistas.
Pasamos frente a ellas y nos dirigimos remontando la margen hidrográfica izquierda del Orinoco hacia el Raudal de Maipures. Creo que ya dije que este río posee en esta zona dos gigantescos raudales: el de Atures y este de Maipures. El de Atures lo navegaríamos unos días más tarde. Maipures tiene una longitud de seis kilómetros. Se trata de un infierno de rocas y chorreones de agua imposibles de cruzar en lanchas. Una verdadera vorágine de remolinos y rápidos que estrellarían las barcas contra las piedras.
En la mitad de este espectacular maremagnum se levanta una piedra a la que llaman El Balancín; nada ni nadie, que en este caso es la fuerza poderosa del agua, ha podido llevársela por delante. Ahora, porque es verano y el agua está baja, podemos observar El Balancín en toda su grandeza; pero cuando el río está lleno en época de invierno, la piedra queda semioculta y allí es donde la fuerza de la corriente debería derribarla. Pero no, la piedra resiste, está pegada a su base rocosa.
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