Estamos en el Orinoco, en el sitio de Ventanas. En las rocas se encuentran huecos redondeados, algunos llenos de agua. Creo que por estos lares los llaman moyas o mollas. No veo en el diccionario esta palabra con el significado propuesto. Se trata de huecos cuya boca es redonda. El sabio Humboldt y su compañero Bompland en su “Viaje a las regiones equinocciales” utilizaban las moyas como recipientes para prepararse allí limonada que les ayudaba a calmar las fiebres del trópico.
Regresamos a Puerto Carreño. Rebasado el sitio de la desembocadura del río Bita nos detenemos en la Reserva Bojonawi que pertenece a la Fundación Omacha, organización muy conocida en el país por sus empeños en favor de la flora y de la fauna. Ha llevado a cabo un trabajo muy significativo con los delfines rosados del Amazonas. Su director es el biólogo Fernando Trujillo quien además ha escrito varios libros muy interesantes sobre fauna.
Bojonawi ofrece al viajero el recorrido por sabanas y morichales y sobre todo la contemplación de la Laguna El Pañuelo, de singular belleza. Mide casi tres kilómetros de larga y se halla “aprisionada” entre rocas del precámbrico pertenecientes al Escudo Guyanés. La Reserva es rica en fauna: nutrias, venados cola blanca, ocelotes, tortugas, caimanes, babillas, zorros, dantas y peces de varias especies. Bojonawi significa perro de agua o nutria en dialecto sikuani y la Reserva mide 4.800 hectáreas. Ofrece comodidades mínimas suficientes para los visitantes.
Al día siguiente emprendimos nuestra “inmersión” en las sabanas del Vichada. En una camioneta cuatro puertas y con la conducción de “Morocho”, excelente y servicial persona, salimos a las 6 y media de la mañana. En los Llanos existen carreteables cuyos dos carriles están claramente marcados en tierra, entre los pastizales. La dirección que llevamos es norte-sur y el camino avanza paralelo al río Orinoco, pero a mucha distancia de él. Rápidamente entramos en”onda”, a lo que vinimos: a sentir, a palpar, a comulgar con los grandes espacios del llano, “invadidos” por la soledad y la belleza. Obviamente avanzamos en silencio, con los ojos bien abiertos y el alma atenta. Hace calor, pero a él estamos ya acostumbrados, para nosotros no representa ningún problema.
Mis compañeros en esta aventura, aventura más interior que exterior, son: Mauricio Soler, Wilfredo Garzón, Ramiro Mariaca, Emiliano Romero y Manuel Amaya, todos ellos curtidos en montañas y desiertos. A unos 15 kilómetros de Puerto Carreño encontramos el río Bita. Estamos en verano y al descender el caudal se han formado grandes playones de arena amarilla. Son francamente hermosos. En ellos se ven las huellas de aves y de uno que otro cuadrúpedo. Un puente metálico, el único de la región, une ambas orillas. El río Bita ha sido escogido por las entidades colombianas encargadas del medio ambiente y de la biodiversidad para ser protegido y será el único en Colombia hasta ahora en esta modalidad. ¿Cuál ha sido la razón para esta escogencia? El río se encuentra en una región totalmente “salvaje” (o sea libre, sin contaminación, sin destrucción, sin presencia humana). Además, su riqueza en fauna es impresionante. Todos los animales del llano se encuentran allí presentes. El río, como ya dijimos, es de agua negra.
Seguimos avanzando. De trecho en trecho nos bajábamos del vehículo y nos adentrábamos caminando por las sabanas. Bellos morichales y muchos afloramientos rocosos a los que nos trepábamos felices a contemplar el paisaje: sabanas que se pierden en el horizonte. Así llegamos al río Dagua. Un ferry nos pasó al otro lado. El Dagua igual que el Bita lleva agua negra y a diferencia de este tiene rocas, chorreones, pocetas y pequeñas cascadas. Todo un 
espectáculo.