La Nochebuena se viene, la nochebuena se va y nosotros nos iremos y no volveremos más” dice la copla española. Ya pasó la Navidad, ya pasó el Año nuevo. Vendrán más Navidades y más Años Nuevos. ¿Cuántos nos quedan? Lo “más grave” del asunto es que cuando menos pensemos ya estaremos comprando regalos para la Navidad del 2016. El río de Heráclito y el de nosotros nadie lo detiene.
El tiempo… ¡oh el tiempo es el mayor verdugo de los seres humanos! Las damas se van arrugando y pierden la belleza y la mayor ofensa es preguntarles o descubrir su edad. Los hombres, ¿casi lo mismo? Perdemos fortaleza, creamos barriga, nos volvemos calvos. Y todos sufrimos “los achaques propios de la edad”. El pensamiento más hermoso sobre el tiempo lo oí en Egipto y está relacionado precisamente con las Pirámides desde las cuales Napoleón auguraba a sus soldados la gloria eterna, por lo menos de 40 siglos de duración. Y dice así: El hombre teme al tiempo y el tiempo teme a las pirámides. ¡Bellísimo pensamiento!
No resisto la tentación de copiar aquí unas estrofitas que aprendí en mi libro de cuarto de primaria en el Colegio San José de los Hermanos Maristas de Armenia. Ello fue en el siglo pasado. Algo muy serio ocurre en la vida de los hombres cuando pueden hablar del siglo pasado porque vivieron en él. Así dicen las dos estrofas:
El tiempo corre sin detenerse,
unas tras otras las horas van,
pasan los días, los meses huyen,
los años vuelan, los siglos van.
Yo te recuerdo, marchando siempre
que a cada instante debes tratar
de hallar espacio para ser bueno
y para ser útil a los demás.
No recuerdo quién es el autor. Y ya puestos a hablar del implacable paso del tiempo y de su presencia en la poesía recordemos al inmenso Rubén Darío:
Juventud, divino tesoro,
que te vas para no volver,
cuando quiero llorar no lloro
y a veces lloro sin querer.
La misma idea con la misma nostalgia la expresa Jermán (así se escribe) de Piñerez:
Ya de mí se desprende marchitada,
mi juventud, mi juventud querida,
queda el recuerdo al alma dolorida
de las horas que nunca volverán.
Entre aquellas poesías inolvidables que siempre aprendíamos en aquellos felices tiempos en que se enseñaban poesías, no podían faltar el Brindis del Bohemio, El seminarista de los ojos verdes, El Nocturno de Silva, ¿Quieres que hablemos? (¿así se titula?), La paloma torcaz, La tórtola (Joven aún que entre las verdes ramas…) Los tres ladrones, Reír llorando (el de Garric) y tantos otros.
Habría que volver en colegios y escuelas a la enseñanza De memoria de poesías, entre otras cosas porque cultivar la memoria es buen remedio contra el Alzhaimer. No más por esta razón. Hay mil otras todavía más importantes. Pues bien, entre tantas poesías que aprendí, se encuentra Los Caballos Viejos de Ricardo Nieto.
Desde luego que yo entendía el sentimiento de los caballos que recuerdan su juventud, pero la vida me va enseñando con más veras la belleza y el profundo sentido del final del poema. Cada vez lo entiendo más por razones de calendario. Y dice:
Cuando las arrugas
surcan ya la frente
y el alma tenemos llena de consejos,
la vida que todo lo ve brutalmente,
nos manda a morirnos
como mueren siempre
los caballos viejos.
Bien, todo este “alegato” sobre el tiempo es simplemente para desear a mis pacientes lectores un año lleno de muchas alegrías y mucha salud.
¡Feliz año 2016!
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