Andrés Hurtado García
El departamento del Vaupés, en cuya selva nos adentramos, es el más rico en etnias indígenas en Colombia y en la Amazonia. Mitú es una ciudad pequeña donde todo mundo se conoce. Cuando la gente ve a un extraño suelen pensar que o es antropólogo o ingeniero. Solo allí me pudo ocurrir esta situación. Iba yo con Álvaro Otálora por una calle del pueblo y un señor nos preguntó: "¿Ustedes qué son? ¿Ustedes son antropólogos? Le contestamos que no. El señor muy campante dijo: "Ah, entonces ustedes son es nada". Esta conversación nos pareció doblemente divertida y "charra" como dicen algunos. Primero porque si no somos antropólogos no somos nada y segundo por la extraña mezcla del plural y del singular con el verbo "ser". Y en nuestro grupo llevábamos precisamente a un antropólogo que trabajó un tiempo en el Vaupés y se llama Álvaro Triana. Mis otros compañeros en esta expedición son: Alejandra Murcia, oftalmóloga; Mauricio Soler, cartógrafo; Daniel Delgado, ingeniero industrial; Ramiro Mariaca, ingeniero informático; Diego Castro, licenciado en ERE y Diego Guevara, estudiante de biología. Nos acompañaba, como ya dijimos, Jairo Gómez Neira, cabuco, o sea mestizo, hijo de colono y de indígena tukana. En Yuruparí Jairo buscó algunas personas que nos ayudaran en los campamentos en la selva y encontró tres personas muy serviciales, dos indígenas y un colono, de los que nos trajimos un recuerdo maravilloso. Los indígenas son Wilmar y Libardo y el colono es Alcides.
Hicimos de regreso los dos kilómetros desde el Raudal de Yuruparí hasta el puerto de Pucarón que está aguas arriba, en el camión de Carlos Ramírez Rodríguez. La lancha que nos había traído desde Carurú el día anterior había desaparecido. En estas latitudes la gente suele hacer esas cosas, sin pedir permiso al dueño. La lancha estaba al otro lado del río, unos indígenas simplemente la tomaron y la dejaron allí, porque la necesitaban para pasar. Un nativo se ofreció a traerla. El capitán del otro lado es Claudio, hermano medio de nuestro guía Jairo Gómez. El paso fue algo azaroso pues allí comienza el río a encresparse en el raudal de Pucarón que se continúa con el de Yuruparí. Era mediodía del 21 de diciembre de 2014 y comenzábamos una aventura ansiosamente esperada por mis compañeros. Nuestra anterior Navidad, la del año 2013, la celebramos en el nacimiento del río Magdalena, en el Páramo de las Papas, que pertenece al Parque Nacional Natural del Puracé. La del 13 en frío intenso y ahora la del 14 en calor extremo, primero páramo y ahora selva. Claudio nos prestó a tres muchachos familiares suyos para que nos indicaran el camino de entrada a la selva.
Hay un entramado de caminitos que llevan a las diferentes chacras de los indígenas y podrían hacernos perder mucho tiempo. Esta época del año normalmente es de verano en esta región y por ello el suelo de la selva estaba seco. Dije "normalmente"; pero la normalidad en la climatología ya no existe y lo sabemos muy bien. El deterioro bestial que hacemos al planeta ha repercutido en las estaciones y en los períodos de lluvias y de sequedad. Ya es prácticamente imposible predecir el tiempo meteorológico. Nosotros sabíamos que íbamos a encontrar la selva seca y ello era una bendición aunque temíamos porque en esas condiciones no era fácil encontrar agua potable. Llevábamos varios días de verano, maravillosos y así deberían seguir. Pero…En fin sí, el suelo de la selva estaba seco y no debimos, como lo he hecho en otras travesías, caminar horas enteras con el agua o el barro a la cintura.
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