Es vital que fluyan y se alternen las clases dirigentes. Los prestigios se gastan, se anclan y embalsaman los que en las coyunturas del poder logran manejar, por tiempo largo, el destino de las naciones. Al pueblo le agrada el resplandor cambiante. Alfonso López Pumarejo, gráficamente, afirmaba que era necesario ver caras nuevas en los carros oficiales. Y dio el ejemplo. Descubrió en la penumbra de un juzgado a Darío Echandía, al parecer un perezoso y desganado filósofo. Valoró su potencia intelectual y lo rescató para transformarlo en personaje clave del país. También retiró del litigio a Carlos Lozano y Lozano y desgajó de las imprentas a Alberto Lleras Camargo. En síntesis, con ojo de lince y olfato de galgo cazador, buscó y encontró en la juventud los que habrían de servir de puntales a su Revolución en Marcha.
Las alternativas electorales de Caldas, en tiempos pretéritos, fueron manejadas por las camándulas. Unos ancianos a base de padrenuestros y avemarías se habían convertido en dictadores rezanderos del Partido Conservador. Señalaban los nombres de quienes debían ser gobernadores, previa comprobación de su asistencia a misa todos los días y averiguaban por el comportamiento eclesiástico de los que aspiraban a los cuerpos colegiados. Teníamos una teocracia azul.
Llegó Gilberto Alzate Avendaño. Hijo de un general de la República con un apellido sin abolengos, pero insolente, atravesado y espadachín, para darle un vuelco a la política. Dinámico en hipérbole, angurrioso y desbocado, con un iluminado templo de sabidurías insólitas. En una noche de rayos y centellas, en El Escorial, finalizó el asalto a la vetusta casa conservadora, empotrando otras jerarquías de campeones atrevidos, salidos de la provincia, hasta entonces en clandestinidad intelectual.
El ejemplo de López y Alzate conlleva un incitante mensaje. A la juventud no se le pueden colocar talanqueras. Por eso, una visión objetiva, me da licencia para proyectar en este escrito a dos valores consolidados en este departamento.
Jorge Hernán Yepes es un médico orlado de excepcionales virtudes. Sabio en la ciencia de Hipócrates, administrador excelente, ejecutivo cuando ejerce el mando, macizo y penetrante en el ondeo de la palabra. Acapara preludios en la epifanía de las vocales. En los diversos cargos desempeñados ha demostrado aplomo y competencia en la hora de las decisiones. Como político es frentero y ha sabido misionar para incrustarse en el corazón de los conservadores. Yepes no es futuro. Es una exigente realidad que busca, con legítimos derechos adquiridos, un cupo -ya- en la historia de la comarca.
Carlos Uriel Naranjo tiene la bendición de la Divina Providencia. Es un dirigente activo, metido a fondo en los compromisos con nuestra colectividad. Tiene temple de jefe e intrepidez de acerado combatiente. Es un hito inamovible en el organigrama de las derechas. No pertenece a la tachable galería de los chismorreros tóxicos que enturbian manantiales. Naranjo está ahí, firme como una catedral de piedra, dueño de futuros esperanzadores.
Como Yepes y Naranjo son muchos los capitanes de un partido que no es estático sino creador de amaneceres, espoleado por una doctrina que es faro de la humanidad. Somos orden, justicia, responsabilidad, equilibrio, prudencia, vocación perenne de poder.
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