No es fácil, para un político, escribir en contra de lo que fue su profesión.
Cuántas añoranzas, qué lejanos recuerdos de una actividad romántica, aguijoneados por una incipiente fortaleza espiritual extraída de la doctrina conservadora y exaltada hasta la gloria por inolvidables conductores. Desde los 18 años nos encaramamos en todas las tribunas, desde Génova amurallada en cordilleras, Pijao incrustado en un caracol de montañas, Apía de idílicas lomas cafeteras, Aguadas, ventana abierta sobre la placidez del río Cauca, Pensilvania, bella durmiente entre un vasto perfume de eucaliptos, Pereira con sus encantos nocturnos y sus alboradas de ensueño y Manizales, cofre de oro de las más excelsas virtudes ciudadanas.
Fuimos discípulos de Gilberto Alzate Avendaño, Fernando Londoño, Silvio Villegas, Hernán Jaramillo Ocampo, José Restrepo, Fabio Vásquez Botero, Luis Granada Mejía, Cástor Jaramillo Arrubla. Con ellos recorrimos una y otra vez esta geografía sembrando verdades eternas, señalándole lontananzas a la juventud, abonando y regando, como buenos hortelanos, los extensos cultivos espirituales que se revertían en lealtades, tan firmes como una muralla de piedra. Todas las aldeas tenían patricios de barba blanca, también líderes corajudos que concebían la política como una misión santificadora. Fueron, en ese gran Caldas, Antonio Jiménez Estrada, Evelio Echeverri Isaza, Alfonso Ríos García y Juan Botero Trujillo en el Norte, Gustavo Orozco Londoño, Carlos de los Ríos, Aníbal Estrada Díaz, Lino Peláez Alzate, Néstor Bedoya, Bueno Cock en Occidente, Evelio Henao Gallego, Ernesto Ceballos Ramírez, José María Patiño Sanz en el Quindío, Luis Eduardo Ochoa Gutiérrez, Jaime Sanz Hurtado, Benjamín Baena Hoyos, en Pereira, Rodrigo Ramírez Cardona, Héctor José Jiménez Tirado, Darío Vera Jiménez, Bernardo Ocampo Herrera en el Oriente.
Era gratuita la actividad electoral. Los ricos de cada municipio sufragaban los gastos de una campaña con generosidad sin límites. Jamás se daban regalos a los votantes, porque tenían conciencia que estaban cumpliendo con un deber democrático.
En un abrir y cerrar de ojos, la política se nos costeñizó. En los departamentos de la Costa Atlántica las elecciones eran una jarana de ron, sancocho y dinero. Esas malas costumbres se extendieron como verdolaga por todo el contorno nacional. A ese descuadernamiento agréguese la escogencia popular de concejales, alcaldes y gobernadores, puerta del más descarado relajo institucional. La política se puteó. Para rematar este apocalipsis, se le dio luz verde al transfugismo. Ya no existen las fidelidades ideológicas, no hay doctrina, todo es cínica prostitución de la conciencia ciudadana.
El político de hoy es millonario, mafioso o adicto a las mordidas. Los primeros porque heredaron fortunas honestas y las ponen al servicio de objetivos superiores. Los segundos se mueven por los atajos del delito e invierten sus capitales mal habidos en promover figurones a los cuerpos colegiados que encubran con sus influencias, faraónicamente remuneradas, sus trapisondas venales. Y los políticos coimeros.
Generalmente los aspirantes a ser alcaldes son ambiciosos ciudadanos de reconocida pobreza. Sorprenden, entonces, sus gastos desmesurados en la promoción de su nombre con bohemias escandalosas, comilonas, bulloso despliegue vehicular, pancartas, hojas volantes, pequeños llaveros con la efigie del candidato, más el bolsillo abierto para satisfacer las urgencias limosneras de sus posibles electores. ¿Cómo habrá de pagar las deudas contraídas? Con los asaltos ocultos al presupuesto municipal. Quienes hacen aportes contables son favorecidos con jugosos contratos leoninos, o reciben circulante que con astucias soterradas succionan del erario.
Es grave la suerte de nuestros municipios. Los aspirantes al concejo amarran anticipadamente a quien será el burgomaestre. Debe comprometerse en trasladar de la hacienda pública a las faltriqueras de algunos ediles, cuyo apoyo es determinante en el buen resultado de la empresa. También piden tajadas en los contratos, más el nombramiento de familiares en la nómina oficial. ¡Qué cuadro más vergonzoso de una democracia corrompida!
Estos criterios aquí expuestos, llevaron a la tumba política a los gobernadores de Magdalena, Sucre, Córdoba, Chocó, Cundinamarca, Boyacá, Arauca y Casanare. Todos terminaron en los panópticos. Es repulsivo el historial fangoso de estos mandatarios que jugaron ping pong con los dineros públicos.
Falta el sombrío capítulo del mundo parlamentario. La coima maliciosa es su escenario. Entre más importante sea el legislador, y si es además obediente súcubo del Presidente, más gabelas consigue con el gobierno. Por lo general, esos consentidos son los padrinos de los convenios que los particulares legalizan con el Estado. Uno de veinte mil millones (que en el engranaje administrativo es de poca monta) deja, por ocultos senderos, entre dos y tres mil millones al congresista que interpuso sus influencias para obtenerlo. El de cincuenta mil deja la viruta de cinco mil millones o más. Esa es la fuente opípara para los derroches en las elecciones. Con tales caudales compran la adhesión de los líderes, pagan las francachelas, embadurnan villorrios y ciudades con hostigadora propaganda, convertidos -ellos- en canaánicos donantes, propietarios de las cornucopias de la abundancia. Dicen que en Quibdó y Sincelejo son mansiones ostentosas las residencias de quienes han sido parlamentarios.
Somos unos ilusos orates los que teorizamos sobre principios. Nos tocó vivir la era del estómago y de la inmoralidad.
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