Edipo Rey. Solo la copiosa imaginación de Sófocles podía fabricar una novela de tan deplorables contornos. Aparecen concomitancias miedosas, imposibles que sucedan en las fatalidades de los hombres. Los ojos se resisten al leer el desbordamiento de un destino perverso que en un solo ser acumula los más inenarrables desastres. El pobre rey, Edipo, fue hermano y padre de sus propios hijos, hijo y esposo de su madre y, a su vez, asesino de su padre. Las otras obras suyas son la consecuencia del horroroso sino que lo acompañó hasta los días finales de su viaje al averno. También Menofrón, según Ovidio en "Las Metamorfosis", "vivía en incesto afrentoso con su madre". Nadie en la narrativa universal ha superado este argumento macabro de dimensiones espantosas.
Qué de teorías han surgido de los infortunios de Edipo. Sigmund Freud, Alfred Adler, C.G. Jung, Otto Rank, Karen Horney, Erich Fromm, Harry Stack Sullivan, sabios todos de renombre universal, estudiaron y ahondaron el mensaje que encierra la perversa trama que Sófocles inventó. La fábula está ensamblada en simbolismos sobre el nudo gordiano de la libido. Sobre ese crucigrama fatal, los eruditos encuentran factores religiosos, artísticos y sociales que, todavía hoy, constituyen elementos de las más variadas ficciones. Sófocles nunca debió sospechar sobre la incidencia del fantástico libreto constituido en inacabable promontorio de controversias científicas. Como las tragedias que noveló el afiebrado cerebro de Sófocles, son las de Eurípides. "Medea" mata a sus hijos; en "Las Bacantes" Agave troncha la cabeza a quien salió de sus entrañas; "Agamenón" decide la muerte de Ifigenia, su hija, que se salva en el instante mismo en que iba ser degollada. Es hermoso el estilo de Eurípides.
Hesíodo fue un poeta de singulares atributos. "Teogonía" es la historia de los dioses; "Los trabajos y los días", de sabor bucólico, debió servir a Cervantes en los consejos que le dio Don Quijote a Sancho Panza para el buen gobierno de la Ínsula Barataria, y los "Himnos Órficos" contienen arrebatos de lirismo invicto.
"Las Metamorfosis" de Ovidio son de rango superior en la literatura latina. Algo parecido al diluvio universal de la cultura cristiana, para Hesíodo también hubo una hecatombe que sepultó el mundo terráqueo, con la muerte de todos los seres vivientes y si para aquella los iniciales pobladores de este globo fueron Adán y Eva, para Hesíodo los únicos supérstites se llamaron Deucalión y Pirra. Ovidio enlaza, una tras otra, espeluznantes desastres y repite, en serie, las barbaridades que se cometían en épocas pretéritas. Es un genial fabulador. Todas las tragedias de Esquilo, cada una con argumento diferente, oscilan en suspensos. Están bruñidas de esplendor.
"La Vida de los Doce Césares" de Suetonio es un repaso, con minucias, de la órbita que marcaron los emperadores. Es analizado cada uno por sus ejecutorias en el poder, no olvidándose en desnudar las entrelíneas oscuras de los monarcas.
Qué encanto se descubre en la inmensidad de esas obras legendarias. Confrontadas con las publicaciones modernas, se concluye que son muy pocos los autores que, en todos los tiempos, exhiban mejor calidad intelectual.
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