En el amor la palabra adiós provoca desgarramientos. Las relaciones sentimentales se terminan por consenso o bien abruptamente. Las fatigas, el desgaste, la prosa aburrida, el cansancio sucesivo, finalizan en una separación aceptada por las partes, en una dolida pero cordial despedida. En cambio, un punto final que no se espera, tiene la dimensión de un cataclismo. La llamada a calificar servicios, las campanas con sus misereres de dolor, la sorpresiva tragedia que nos derrumba, son tragos impasables con sabor a muerte.
Se concibe el amor como un tálamo nupcial, saturado de esencias afrodisíacas, que se disfruta en el fragor tempestuoso de las parejas. O como un santuario. Es, apenas, una relación espiritual que margina las voluptuosidades, que valora el amor como un camino místico hacia la santa prolongación de la especie. O como una lealtad. ¿Habrase visto una fidelidad mayor que la de Penélope a Odiseo, asediada por pretendientes que la requerían en amores? Cómo la solitaria y hermosa mujer, ante una presentida viudez, puso límite para tomar una decisión final, el bordado de una inmensa tela que tejía de día y destejía de noche, aguardando siempre el regreso de su amado. Así engañó el ejército de los codiciosos merodeadores.
El amor, cuando está en calderas de altas temperaturas, se convierte en fogata incinerante. Se transmuta en éxtasis, estalla en luces de bengala, es ave fénix que toma vuelo desde los escombros que a veces provocan los enamorados. Las parejas que se quieren cohabitan en ángulos extremos. Amor tórrido y odio pasajero, preferencias y desdenes, delirios y fatigas, mañanas tibias bajo los edredones que esconden las palpitaciones de la carne y tardes ahítas de tedios, melodías de canarios en el despertar de las mañanas y enfoque de oro en los ojos nocturnos de los búhos, vibración en el alma y pasajeros arrepentimientos. ¿Quién entiende la psicología del amor?
El amor es una aventura que puede renacer, pese al desgaste de los años. Es masoquista. El que ama descarta defectos, y renueva los juramentos para prolongarlo. Crece hacia abajo. Es raíz que se hunde en busca de resistencia para hacerse fuerte en la hora de las tempestades. Cuando brama el aquilón, cuando el vendaval arrasa, el tronco del amor es imperturbable. El que ama sufre. Una palabra lo puede descomponer, o puede servir de puente para sobrepasar las dificultades. Los suspiros de la amada, los reclamos, son parte de una cadena que hoy se debilita y mañana se trasforma en engranaje irrompible.
El adiós tiene sabor a cicuta. Cuando las despedidas de los corazones se realizan, se busca refugio en la soledad. Sin testigos se llora y se hacen balances retrospectivos para descubrir qué falló en el circuito del amor. Generalmente llega la reconciliación con manifestaciones tiernas y juramentos de lealtad. Paradójicamente ¡es increíble! el amor tiene la consistencia de una burbuja de jabón.
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