Pijao, Quindío, es un nicho geográfico que ramonea en una ínfima planicie en donde mora plácidamente. Sumergido en ese pequeño paraíso, anillado por montañas, lo alegra Río Lejos que desciende cantando y a veces, cada cien años, se encrespa y se desborda con secuelas trágicas. También baja entubada la quebrada El Inglés, que discurre silenciosa por debajo de sus calles. Se penetra a su área urbana por una hermosa avenida de árboles frondosos. Es simétrica la urbe, amplia su plaza principal, y una población tranquila, sin afanes, discurre por sus cuadras en tareas cotidianas programadas para los ensueños felices.
Su vocación agrícola se derrama por todas las veredas. Hacia la cordillera, un mapa arisco y casi vertical, está poblado de mugidos que, en las mañanas, conforman una orquesta estridente por las notas agudas de los becerros. Por un suave repliegue surgen los verdes de todos los colores de sus cafetales, trabajados con primor artístico por los campesinos. Por otras laderas avanza una carretera veredal hasta La Mariela, pedazo de tierra de inolvidables recuerdos.
Bariloche fue un paraje bucólico, alcancía para los ahorros de la vida. Unos glaucos faldones se fueron ensanchando y lo que inicialmente era un parvo pegujal, por ambición económica, se fue agrandando hasta transformarse en un latifundio cafetero.
Pijao sirvió de espacio para trascendentales compromisos. En el gobierno de Guillermo León Valencia se firmó, en su Club Social, una tregua que resultó ser definitiva, con los gestores de la violencia.
El Paisa Serna, Rubelio Mejía, Jair Ramírez, Álvaro Martínez Fajardo, Alba Saleg, la turca, eran los símbolos azules y con ellos le impregnamos mística a nuestros seguidores.
Hicimos también alpinismos quijotescos hasta llegar a la cúpula de la cordillera, con unos valles cenagosos que se tragaban los animales para convertir en odisea las hazañas de las mulas, que difícilmente los superaban. Con Silvio Ceballos Restrepo, Evelio Henao Ospina y Joaquín Pablo Murillo celebrábamos misas conservadoras, encariñábamos a los campesinos de los principios que rigen en la humanidad desde que Jesucristo los escribiera en piedra invencible.
Cómo no recordar las madrugadas, en un ambiente tibio, para iniciar las sesiones del Concejo Municipal, cuando apenas el sol se asomaba por las estribaciones del oriente. Era éste un organismo sensato, estudioso de las iniciativas que salían de la mente positiva de los ediles. Habiendo sido Pijao tierra feroz en la época de los sectarismos, con tumbas regadas por sus laderas, se estragó de la violencia, transformándose en un remanso tranquilo, convocado al regocijo espiritual por el tañido sonoro de sus campanas parroquiales.
El Concejo Municipal, años ha, me hizo el honor de declararme su "Hijo Adoptivo". Por eso reviento de emoción ante el reconocimiento internacional que se le hace a Pijao de ser el primer pueblo sin prisa de Latinoamérica. Es un elogio merecido a su quietud y permanencia en una paz inalterable, al civismo que marca el destino presente y futuro de su clase dirigente.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015