A veces las grandes obras se hacen contra el querer de la gente. Cuando el candidato presidencial Belisario Betancur propuso entregar casas sin cuota inicial, sus adversarios calificaron la oferta de atrevida y mentirosa. ¡Lo logró! Cuando Juan Manuel Santos avanzó más con la oferta de donar a los pobres cien mil viviendas, lo motejaron de iluso. ¡Lo logró! Tanto el uno como el otro hicieron realidad esos propósitos. Al alcalde Peñalosa de Bogotá le llovieron pedruscos por irresponsable cuando se embarcó en la construcción de Transmilenio. También culminó su cometido.
Los gobernantes tienen que ser tercos para realizar sus programas. Siempre graznarán los milanos de mal agüero y no faltará la enferma visión de quienes solo avizoran catástrofes. Entraba también la rivalidad política. Los adversarios fatalizan los buenos propósitos. Actúan con miserabilismo demagógico.
Varias veces intentó Gabriel Zuluaga Montes ser alcalde de Aranzazu. Encontraba un favorable ambiente popular, no suficiente para asegurar su triunfo. Hasta que, finalmente, coronó su empeño. El 1 de enero de 2012 asumió la gerencia de su pueblo en medio de creciente expectativa.
Zuluaga es un hombre de virtudes. Físico de persona distinguida, mirada tranquila, cara blanca ovalada, mentón recogido, palabra fácil. Es un venero de optimismos. No dubitativo, es rotundo en sus posiciones, altanero para defender sus principios, cariñoso y amable en la amistad. Es un símbolo.
Fue un gran alcalde. No estoy en la orilla de sus querencias electorales. Eso no importa para enaltecer su pedestal humano. Gabriel Zuluaga está por encima de las pequeñas cosas, muy arriba para poder alargar el horizonte de su destino.
Como alcalde fue atrevido. Haber imaginado el relleno de un abismo para construir la prolongación de una avenida, derrumbar para construir un pasaje comercial, fue para muchos (yo entre ellos), un despropósito monumental. No había dinero, existían otras urgencias sociales, la obra podía ser postergada. Todo se dijo y escribió. Este alcalde, tozudo, desconocedor de la reversa, insistió en su proyecto, lo ideó, pulió y perfeccionó ¡y helo ahí! Está a la vista el cambio urbanístico que le da categoría y prestancia a este adorable terruño.
Los aranzazunos queremos las piedras que cuñan nuestros faldones, somos atletas para recorrer sus calles empinadas, lo acoplamos a nuestra intimidad desde Cachipay hasta El Alto de Los Ocampos. Es nuestro el Sargento de aguas nacaradas, nuestra Doña Juana, nuestros Diego María Gómez y José Luis Serna, obispos de Dios, Carlos Ramírez Arcila, Javier Arias Ramírez, Juan Crisóstomo Osorio, Feníbal Ramírez Serna y Marino Alzate Ospina. Y nuestro, muy nuestro, Gabriel Zuluaga, quien fuera prolífico rector de esta parcela.
Llegó ahora a la alcaldía William Ruiz Ospina, quien tiene linderos muy lejanos, cerca de las estrellas. Este joven abogado será un personaje nacional. Tiene carisma, y sabe manejar un discurso fluido y convincente.
¿Qué le pido a nuestro burgomaestre? Nobleza obliga. La nueva avenida presupuestada por un soñador debe llevar su nombre. Somos justicieros en homenajes. La escuela de niños se llama Manuel Gutiérrez Robledo. El Teatro Peláez, apellido que convoca la gratitud. La biblioteca Juan de Dios Aranzazu, recuerda a quien donó las tierras en donde se asienta el municipio. El Museo Arqueológico Marino Alzate Ospina, revive la importancia de un destacado galeno y la Avenida, ideada, programada y realizada, debe llamarse Gabriel Zuluaga, en reconocimiento a su denuedo y porfía. ¡Palabra de Dios!
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