Porfirio Rubirosa fue un playboy de fama internacional. Era alto, feo, rigurosamente bien peinado, vestidos combinados, chaqueta elegante, pantalones finos, zapatos de suela liviana, y medias que hacían juego discreto con esa indumentaria. Le puso el ojo a la hija del dictador de República Dominicana, Rafael Leonidas Trujillo, y la enamoró. Bastó este romance para que el filipichín se diera vida faraónica de derroche oriental. Coches vistosos, fuerte apostador en las carreras de caballos y personaje esencial en las reuniones sociales. Por él suspiraban todas las damitas, pero solo una, estaba siempre a su lado. Hacía, además, ostentación de poder.
Los hijos del déspota de Libia, Gadaffi, eran rumberos. Las niñas bellas le entregaban, dichosas, la virginidad, sus fiestas tenían esplendor balcánico, y se movían con estrépito dominante entre una población que los miraba como dioses.
El jovenzuelo Máximo Kishner en Argentina, tiene doble importancia. Fundó el movimiento juvenil "Cámpora" que recoge el entusiasmo de los muchachos porque husmean que acolitando al hijo del ejecutivo pueden abrir las puertas del futuro, y también los cortesanos lo miman, porque detrás de él están los negocios turbios y la palanca que mueve todos los resortes de una administración corrupta.
Los hijos de Álvaro Uribe no son libertinos, pero aman el dinero. Siendo su padre presidente compraron en las cercanías de Bogotá unos potreros enmalezados. Mediante el aceite oficial que ellos manejaban, con circulante del Estado hicieron construir carretas, las pavimentaron, y lo que era un fundo de bajo precio, mediante la conversión en zona industrial, quedaron valiendo un potosí. ¿Para eso es el poder?
Por los años 1870 salió del Socorro (Santander) rumbo a Bogotá, el joven Miguel Saturnino Uribe. De tez rosada, cabellera negra, pulido el mentón y de labia exquisita. Como audaz "lobo" llegó convirtiendo en pedazos los obstáculos. Alegre y con bolsillo abierto, derribó las talanqueras que le pudiera enfrentar la incipiente sociedad. También se incrustó con los que manejaban el poder. Obtuvo la explotación de las minas de sal de Zipaquirá, se hizo elegir parlamentario y fue connotado legislador.
Sus éxitos principales eran con las mujeres. Sin matrimonio llevó a la cama a Bernardina Ibáñez. De esas relaciones escondidas nació Carmen Uribe, quien, años después, como novia, subió al altar para ser la esposa de Carlos Michelsen, cónsul de Dinamarca.
Quedan dos anécdotas guasonas. El imperio del dinero en manos del señor Uribe le permitió patrocinar un colegio. Enterado de ello, Tomás Carrasquilla, expresó: "Miguel Saturnino fundó este plantel, pero antes hizo los niños que se deberían educar en él".
Preguntan, en una escuela bogotana, quién es el padre de un chicuelo. "No pregunte por el padre, sino por la madre. Aquí todos somos hijos de Miguel Saturnino Uribe".
Estamos frente a un pisaverde inteligentísimo, rico y tumbador, que sin casarse, abarrotó la inocentona aristocracia de más de 180 hijos naturales. Por lo visto Miguel Saturnino Uribe vivía acostado. Los matrimonios de Michelsen con Carmen Uribe, ésta retoño de un desliz de Bernardina con el audaz gigoló, y el de Nicolasa con Antonio José Caro, genéticamente, son los abuelos de casi toda la actual oligarquía colombiana.
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