Soy conservador (cura sin parroquia), no santista, belicosamente amigo de la paz. Escucho a diario la fusilería de los sectarios que se inventan argumentos tramposos contra las actuaciones y palabras del jefe del Estado. Si este dice día, sus adversarios contestan noche; si estío, aquellos diluvio; si previene los aterradores males de la prolongación de la guerra, sus enemigos gritan que es predicador del miedo; si encasilla a los subversivos dentro de un cronograma legal, tal como ocurrió, sus envalentonados contradictores lo motejan de entreguista y cobarde.
Un odioso dogmatismo político todo lo desborda. Algunos agoreros pronostican una terrorífica tempestad que destruirá el país si hay entendimiento con los alzados en armas. Esas Casandras tienen mala memoria.
En la última entrega de la revista Semana le recuerda al adalid de las espantosas prédicas, dos hechos históricos irrefutables. Primero: siendo Uribe senador fue el “ponente de la ley de indulto que garantizó que ninguno de los guerrilleros del M-19 pudiera ir a la cárcel después de firmada la paz”. Segundo: El 3 de octubre de 2004, hizo, como presidente, la siguiente declaración: “Si un acuerdo de paz aprueba que los guerrilleros de las Farc vayan al Congreso, hay que remover el obstáculo constitucional que lo impide... este cambio habría que llevarlo a efecto constitucional para que puedan ir al congreso por el bien de la patria”.
Esa conducta benévola del entonces legislador y luego presidente Uribe Vélez, tenía que ver con la turba que masacró los magistrados de la Corte Suprema de Justicia y que había ajusticiado también, en forma cruel, a José Raquel Mercado, líder popular. Es tanto el rencor que Uribe le tiene a Santos, tanto el veneno que anarquiza su corazón, que se le olvidó “el bien de la patria”.
El señor Uribe le niega a la guerrilla que comanda Timochenko la sal y el agua. Pide cárcel para todos los subversivos, pero se le olvida que él fue ponente, como senador, en favor del indulto a fin de evitar el envío de los malvados del M-19 a las mazmorras y no recuerda que también expresó que los mismos debían “ir al congreso”. Colombia perdonó a esos bandidos quienes, con el correr del tiempo, fueron ministros, gobernadores, alcaldes de Bogotá y parlamentarios. Ahora mismo un senador de los que obedecen a Uribe hizo parte activa de ese movimiento que incendió el edificio de las leyes y con sevicia inenarrable fue autor del genocidio que abrió la tumba a los máximos exponentes de la justicia colombiana.
Son tantísimos los ingredientes en esta guerra fratricida de casi seis decenios, que dejó más de 6 millones de compatriotas desplazados, más de 30.000 desaparecidos, más de 230.000 muertos, miles de secuestrados y extorsionados. En este momento de dolor colectivo, todos, todos, debemos arrepentirnos de haber contribuido, por acción u omisión, a esa hecatombe nacional.
Aunque a los señores de las Farc no les agrade reconocerlo, hay que expresar que esta guerrilla hizo rendición total ante el Estado, aceptando, como ya está escrito, el imperio de la ley y la sumisión que a ella se debe. Habrá castigo para los desmanes cometidos, eliminación del narcotráfico, repudio y castigo de la corrupción, resarcimiento a las víctimas, confinamiento, entrega de las armas. No habrá un Caguán de 42.000 kilómetros cuadrados, convertido con aceptación del gobierno en república soberana e independiente, sino 23 zonas veredales de mínima extensión geográfica para acuartelamiento transitorio de la soldadesca de la Farc.
¿A cambio de qué? Solo demandan libertad y protección del Estado para ejercer, como partido político, sus derechos constitucionales y legales. ¿Podrán ser parlamentarios, gobernadores y ministros? ¡Claro que sí! ¿Presidentes de Colombia? ¡También! Guerrilleros fueron los mandatarios de Brasil, Uruguay, San Salvador y nunca hubo traumatismos o vetos por sus antecedentes anarquistas.
Nuestros hijos han vivido la tortura de la guerra, unos como aterrados espectadores y otros como militantes en el conflicto. Es bueno que ellos se incorporen a este radiante amanecer.
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