Están saturados los oídos de vocablos iracundos. Las cunetas del odio están atascadas por pestíferos detritus. Se amontonaron los acomodos farsantes, degollaron la verdad, para entregarnos un múrido maltrecho que promueve la guerra. Los embusteros que engañan el país, prefieren que los de allá, -los insurgentes-, nos sigan matando y los de acá -nosotros- afinemos estrategias para eliminarlos a sangre y fuego. Para desembocar en ese estuario ignominioso, se han esgrimido sofismas de baja ley. No hay espacio que no esté colmado con asquerosas patrañas. Fastidian esos opositores que se enteran por la pantalla televisiva de los desastres horrorosos de la violencia, esos que no tienen sus hijos en la selva dando bala, que visitan el Ubérrimo blindados por un ejército a su servicio personal, o hacen molicie en casonas castellanas ubicadas a lindes de aeropuertos internacionales. Ellos, burgueses jubilados, no ponen los muertos en esta carnicería. Solo alaridos rencorosos.
Hay que recibir con cerebro frío las monsergas de los energúmenos que quieren que el país se siga destruyendo, eliminándose los unos con los otros. Han hecho de la guerrilla un coco asustador, y prefieren el sendero del conflicto, antes que hacer la paz. O son tibios y retrecheros como los voceros de la Iglesia Católica que han asumido una posición cobarde de neutralidad ante el plebiscito, cuando debieran, como hijos espirituales de Cristo, ser abanderados de la reconciliación. Recuerden: porque no eres ni frío ni caliente, estoy para vomitarte de mi boca. Todos esos fieros
adversarios, que viven en palacios, protegidos por un centenar de guardaespaldas, que se pasean en ostentosos carros acorazados, que eructan caldos luego de las comilonas, que corren a lavarse las manos después de dársela a los pobres, de panza grasosa y ojos cansados por los hartazgos, prefieren los tanques de guerra que se desplazan por allá muy lejos, en la hondura de la manigua, recomiendan el uso de más armas letales para las masacres, apartan muladares para los NN, poco importan los pueblos destruidos, ni los alaridos de enloquecidas mujeres a quienes le queman sus bohíos, les matan los maridos y les descuartizan los hijos. ¡Cuidado! Esos tartufos guerreristas están buscando dividendos de beneficio personal.
Los insurgentes retornarán a la civilidad con deberes y garantías, sometidos a las decisiones de la justicia, devolverán los menores convertidos en inocente carne para las inmolaciones, le dirán adiós al narcotráfico, silenciarán para siempre los fusiles, y buscarán espacio electoral por vías democráticas. ¿Qué más se les puede exigir? Los que mirábamos la guerrilla como un ejército de lucifer, tenemos que perdonar. Los militantes del depravado conflicto, en todos los tonos, han demostrado arrepentimiento, no quieren ser réprobos sociales y lo único que piden es que los dejen hacer una política civilizada para buscar cuotas de poder. Están en su derecho.
Si las ojerizas de los tartufos fuera una enseña universal, jamás se habría podido hacer acuerdos con subversivos en tantísimos países. En nuestra patria ha habido generosidad y comprensión de unos, sometimiento a la Constitución y al imperio jurídico, de otros. Con una observación adicional. No se conoce que una guerrilla que haya pactado la dejación de las metralletas, se arrepienta y regrese a las vías violentas.
Para desenmascarar la doble moral, léase con cuidado lo que sigue. Uno: Uribe, como senador, antes de ser presidente, fue el ponente de la ley de indulto que garantizó que ninguno de los guerrilleros del M-19 pudiera ir a la cárcel, después de firmada la paz. Dos: El 3 de octubre de 2004, hizo, como presidente, la siguiente declaración: “Si un acuerdo de paz aprueba que los guerrilleros de las Farc vayan al Congreso, hay que remover el obstáculo constitucional que lo impide, ese cambio habría que llevarlo a efecto constitucional para que puedan ir al Congreso por el bien de la patria”.
¿En favor de quiénes opinaba así el presidente Uribe? De los malvados que masacraron la Corte Suprema de Justicia, el holocausto más sangriento que se ha cometido en el mundo. Los líderes de esos asesinatos monstruosos y de otros, no fueron a las cárceles, han sido ministros, gobernadores, candidatos presidenciales, alcaldes de Bogotá, y están de legisladores. Hoy, milita en el Centro Democrático y es senador por voluntad soberana del autócrata, un perverso del M-19 de la peor calaña.
Cambió de piel el señor Uribe, como los camaleones. Ahora por odio a Santos y solo por el veneno que alimenta su alma, piensa y predica todo lo contrario. Los enemigos de la paz hablan como cotorras buscando que no se apaguen las hogueras que han devastado el país. Prefieren no la vida, sino los genocidios, la loca barbarie y la muerte. Santos y Uribe, nos polarizan. Han convertido la paz, ovejilla de lana blanca, en presea de dos boxeadores que intercambian manotazos en presencia de una galería gritona. Ojalá gane el pugilato quien la defiende.
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