César Montoya Ocampo cmontoyao@hotmail.com
Le preguntan al mejicano Carlos Fuentes: "Maestro: díganos cuáles son las cinco mejores novelas que usted ha leído?". Contestó: "Don Quijote, Don Quijote, Don Quijote, Don Quijote y Don Quijote". Sándor Márai expresó que Don Quijote era "la novela más hermosa de la literatura mundial".
Caso excepcional: el personaje desplazó a su creador.
¿En dónde nació el Caballero de la Triste Figura? ¿Cuál su pueblo, en dónde sus colegios? ¿Tuvo barruntos adivinatorios? ¿Quién relata sus travesuras antes de transformarse en un orate? ¿Cuál su auténtico perfil intelectual? Este Don Quijote que se llamaba Alonso Quijano el Bueno, ¿qué periplos recorrió antes de convertirse en un personaje de leyenda?
Era, sí, (Don Quijote, es decir Cervantes) un humanista extraviado en necedades literarias. Narra la novela que "vendió muchas fanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías".
De todos esos itinerarios, queda supérstite la evidencia de haber sido un imaginativo sublime. Qué de admirar más, si la agudeza de sus enfoques, o ese su estilo, cargado de suficiencias, evocador y penetrante que nos deja perplejos.
Solo en un extenso ensayo, o tal vez en un libro desmenuzante, se pueden palpar sus finuras estéticas. El exorcismo libera su choza de los libros de caballerías, transmutados en fogata chisporroteante, previa la aspersión con agua bendita; o la identificación de los historiadores, que deben ser "puntuales, verdaderos y nonada apasionados y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición, no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo del pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir". O sus reiterados relatos sobre los caballeros andantes; o sus agudezas sobre los linajes y el discurso sobre las dinastías; o sus divagaciones sobre la fama; o los sabios consejos dados a Sancho cuando iba a asumir la gobernación de la Isla Barataria; o la perorata que pronunció ante los cabreros; o la grandiosa arenga sobre las armas y las letras.
Sobre cada uno de estos alumbramientos se puede hacer una historia clínica del alma. Si de pronto se desata en camorras con su escudero y balbucea interjecciones ofensivas, de esas breves bravuconadas se traslada a los solsticios meditativos, propios de un pensador de estirpe. Don Quijote (Cervantes) también era psicólogo, manejaba la palabra como bálsamo, y encabritaba su imaginación para hacer arquitecturas
aéreas.
Mucho se refirió a los poetas, pacientes de una "enfermedad incurable y pegadiza". Como fantástico escritor, abusó del vapuleo para estampillar al mofletudo Sancho Panza: "!Oh bellaco villano, malmirado, descompuesto, ignorante, infacundo, deslenguado, murmurador y maldiciente!...Vete de mi presencia, monstruo de la naturaleza, depositario de mentiras, almario de embustes, silo de bellaquerías, inventor de maldades, publicador de sandeces, enemigo del decoro que se debe a las reales personas! ¡Vete, no parezcas delante de mí, so pena de mi ira!".
Largos fueron los broncíneos capítulos dedicados a Dulcinea del Toboso, solo existente en su disparatada fantasía. Para loarla, hizo una memorable defensa del amor.
En pocos pincelazos el Caballero del Bosque acuarela a Don Quijote: "… es un hombre alto de cuerpo, seco de rostro, estirado y avellanado de miembros, entrecano, la nariz aguileña y algo corva, de bigotes grandes, negros y caídos".
No era robusta su complexión física para sorprender con un inacabable rosario de corajudas hazañas que conservan fresco y actualizado su nombre después de cuatrocientos años de su real existencia.
Don Miguel de Unamuno nos dijo que había que "rescatar el sepulcro de Don Quijote". Se acaba de lograr en un monasterio de la madre España.
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