¡Ah las circunstancias! Cómo fue de certero Ortega y Gasset cuando a este factor coyuntural le dio relieve inusitado, porque en torno de lo imprevisto pueden desencadenarse los acontecimientos. Toda batalla tiene un anticipo de tácticas, una programación cuya meta final es la victoria. Se aísla el corazón para entregarle al cerebro el manejo del ajedrez.
Hay que auscultar en qué dirección sopla el viento para abreviar esfuerzos inútiles y aprovechar el empuje del ciclón para conseguir lo que se busca. Luchar contra la corriente puede redituar elogios, alabanzas religiosas, exaltación a los altares. Pero el ser humano, hecho por Dios de barro y que al final se convierte en polvo, es inmediatista y quiere el control de las circunstancias ya.
La política no es poesía sino ardua prosa, calistenia viril, maceración del alma, avanzar y acampar a veces en la retaguardia. El ímpetu se necesita, pero también el cálculo, la fría suma de pros y contras, la matemática descarnada de frívolos entusiasmos. Por eso es tan importante la reversa. Si ésta no existiera desaparecería el mundo vehicular.
El momento, el aquí y el ahora, contienen mensajes que es necesario detectar. Juan Manuel Santos que no es ningún filósofo, acuñó una frase histórica: "Solo los imbéciles no cambian". Es de seres sensatos hacer un alto en el camino. Revisar los itinerarios, analizar los aciertos, pero sobre todo tener valor de rectificar. Ante el peligro con sus fauces abiertas, detente. En toda empresa, y la política lo es, se imponen los retoques, mirar los beneficios y si hay falencias encontrar el foco que origina la oscuridad. Hay que ponerle freno a las emociones. Descargar emotividades para acordar propuestas realizables.
La sagacidad es un don para controlar las euforias del éxito que provocan descarríos y mala ventura. El hombre sagaz sabe de los tanteos, de las trampas para desorientar al adversario, de los desplazamientos sorpresivos, de los asaltos inesperados. Tiene que ser un estratega. Por lo mismo, sigiloso, reservado, oteador para saber cuándo se sorprende el enemigo desprevenido y cuándo la mejor decisión es quedarse quieto. No se llega al generalato de la noche a la mañana. Hay que trepar muchas cuestas, descender por las gargantas de las montañas, sentir frío y soportar hambre, tender dureza pétrea y la impavidez de los acantilados.
Quien comanda batallones tiene que alimentar la moral de los suyos. El desánimo aniquila la mística cuando son escasas las oportunidades de llegar a tierra firme. El soldado necesita cobijo, yanta, descansa, espera el pago, y quiere participar de las mieles del poder. La soldadesca romana después de cada triunfo se saciaba en hartazgos, recibía recompensas opíparas, era halagada con la posesión de las mujeres rehenes.
Por eso en la política se buscan los oasis. Peregrinar sin objetivos, carecer de estrellas lejanas, convertiría la actividad electoral en un entretenimiento masoquista. De allí que los comandantes vencedores tienen que saber administrar la victoria.
Los comandantes, señor. Lo son Ómar Yepes Alzate y Óscar Iván Zuluaga y lo fueron los gobernadores José Restrepo, Castor Jaramillo y Pilar Villegas. Líderes con voz de mando, metidos en el mundo del futuro, con miras lejanas y los pies sembrados en la tierra. Todos con elan. Cómo nos sentimos de bien con estos mariscales sin miedo a las refriegas y con estos mandatarios talentosos que le fijaron rutas de grandeza a este departamento.
Un gobernador es el conductor espiritual de la región. Es su voz caudalosa, su hado profético, la trompeta convocante. Para tan egregio desempeño hay que buscar a los sabios en pericias, a los nautas que enrutan los bajeles, a los que vibran de emoción telúrica. Personajes excelsos por la brillantez de su espíritu, por el acopio de su cultura, dueños de cayados para tantear con éxito del destino de la comarca.
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