A propósito del momento que atraviesan las conversaciones de paz, con la llegada del primer grupo de víctimas a La Habana el pasado 16 de agosto, me gustaría compartir con ustedes algunas de las reflexiones sobre la reconciliación y el perdón que escuché al sacerdote misionero Leonel de Narváez, en una reunión de empresarios bogotanos interesados en promover y desarrollar una iniciativa para aportar a la construcción de una nueva narrativa nacional alrededor de la paz.
Leonel de Narváez es filósofo, teólogo y sociólogo licenciado en sociología, ha pasado por las universidades de Cambridge y Harvard y también ha estado en los conflictos más complejos de América y África; actualmente, a través de la Fundación para la Reconciliación, de la cual es fundador y director, está desarrollando talleres de reconciliación y perdón con las víctimas del conflicto armado.
Tal vez ustedes puedan pensar que por tratarse de un sacerdote, el tema del perdón sería un asunto exclusivamente religioso; sin embargo, para este hombre el perdón también es una virtud política donde justicia no es sinónimo de castigo sino de recuperar al ofensor, porque la fuerza del Estado no radica tanto en las armas como en la capacidad de reconciliación de su gente, las armas son el fracaso de la palabra.
En un proceso como el de Colombia habría dos preguntas centrales ¿Cómo superar la cultura de la venganza? ¿Cómo transformar la economía del odio? Un pobre con rencor es dos veces más pobre y entonces ¿qué deberíamos superar primero, la rabia o la pobreza? La pobreza produce violencia pero la violencia produce más pobreza, así que deberíamos superar primero la violencia. El gran giro narrativo para el país es transformar la retaliación que nos conecta con el pasado, por la compasión que nos conecta con el futuro. El perdón, en palabras de este misionero es un salto heroico del cerebro arcaico al cerebro nuevo que requiere tres momentos: i) Reconocer y contar el dolor y el caos; ii) Tomar la decisión de perdonar; iii) Comprender al ofensor para pasar de la retaliación a la compasión. Sin una cultura política de perdón no habrá posibilidades de una convivencia pacífica en comunidad, la rabia y el rencor son contagiosos y generan epidemias y pandemias, sin perdón no es posible reconstruir el tejido humano y nos quedamos en el desgaste y en la exclusión.
Totalmente en concordancia con la reflexión que hacía el rector de la Universidad de Manizales y director de la Alianza SUMA, Guillermo Orlando Sierra en su columna del sábado en este diario ‘la vida es responsabilidad de todos’, el sacerdote De Narváez considera que el perdón y la reconciliación deberían ser una prioridad en nuestro sistema educativo, pues el no perdón es el analfabetismo político. La cultura política tiene un eje fundamental que es el contrato social expresado en el cuidado de sí y del otro para construir y generar confianza que es, finalmente, la tarea fundamental del Estado para que podamos tener una sociedad digna, donde se reconoce al otro, inclusive si es un opositor radical.
Para explicar cómo desarrollar una cultura política de reconciliación y perdón acude a la metáfora del pegante: empiece por limpiar bien el resentimiento y la rabia de las partes para recuperar la seguridad en sí mismo, el significado de la vida y la capacidad de vivir en sociedad; luego aplique el pegante, esto es la reconciliación que implica recobrar la confianza con el ofensor a través de un pacto de ‘nunca más’. La reconciliación no es un tema fácil y requiere mediaciones, apoyos y ayudas, pero es indispensable para coexistir con otros, para convivir en sociedad y para conectarse y construir relaciones sanas.
La diferencia entre el perdón y la reconciliación es que, en palabras de este misionero, el perdón es la paz del espíritu mientras que la reconciliación es la paz de las relaciones. Los cuatro ingredientes que se requieren para construir la paz, desde la perspectiva de la Fundación para la Reconciliación son: educación en el hogar y la escuela; innovación y tecnologías de convivencia, construcción de islas de creatividad sobre el perdón; liderazgos inspiradores, identificar Mandelas en los municipios, veredas, regiones; conectividad y redes.
Finalmente, De Narváez hizo referencia a la necesidad de construir un nuevo paradigma sobre el perdón basado en la compasión como la conciben los orientales y también retomar el perdón incondicional que proclamaba Jesús ‘perdonar hasta 70 veces 7’, un mensaje que es vital no solo para el cristiano, sino también para el musulmán, el budista y el hinduista.
La propuesta es un cambio profundo de una sociedad que pasa de un ser que acumula, mercadea y capitaliza a una sociedad donde el SER es un don, un regalo para los demás. Mientras escuchaba la intervención del sacerdote De Narváez me preguntaba ¿Dónde estoy yo? ¿Cuáles son esas cosas que todavía no he perdonado? ¿Cuáles son las reconciliaciones que tengo pendientes? Y más allá de mi reflexión personal me preguntaba ¿Cómo vamos a pasar de esta polarización en la que estamos hoy y de las heridas que hemos acumulado como país, a lo largo de tantos años de violencia, a una sociedad donde empecemos a comportarnos como un regalo para el otro? ¿Cuál es el cambio dramático que necesitamos hacer en nuestro sistema educativo, no solo en las instituciones académicas pero también en cada uno de los hogares colombianos? ¿Cómo vamos a incorporar la innovación para generar estas islas de creatividad alrededor del perdón y la reconciliación desde nuestros niños? ¿Qué vamos a hacer, usted y yo, como ciudadanos de un país que necesita transformar el odio y el rencor en perdón y reconciliación?
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