El calumnista tiene un espacio de opinión en el periódico local y lo viene usando, desde hace algún tiempo, para descalificar, de manera personal, a un grupo de ciudadanos que participan en el debate sobre lo público, sin debatir argumentos, ideas o programas. El calumnista se ampara en la libertad de expresión y opinión para juntar verdades a medias con mentiras totales. El calumnista habla duro, usa tono de superioridad moral, hasta simula hacer periodismo de investigación, revelando datos sin importancia que reposan en actas públicas y trasnochadas. El calumnista se cuida de no caer en la injuria y la calumnia porque están tipificados en el ordenamiento penal colombiano, pero sabe que no pasa lo mismo con la difamación y la usa sus anchas.
El calumnista lanza ataques insistentes y reiterados para generar descrédito contra un grupo de personas que trabajan por el desarrollo de la región. La mayoría de los "líderes ineptos" a los que se refiere de manera reiterada y repetitiva en sus escritos, no han sido funcionarios públicos en los últimos años, pocos han participado en una elección popular como candidatos o han militado activamente en un partido político y tampoco mantienen relaciones contractuales con el Estado. Uno se pregunta: ¿por qué la crítica hacia los líderes no incluye a los jefes de los partidos políticos, a los partidos mismos, a los congresistas, a los concejales, a los diputados, a los contratistas de siempre? ¿Por qué le molestan al calumnista solo un tipo de líderes? ¿Por qué cree el columnista que son solo esos líderes los responsables del futuro de Caldas?
Esa forma de hacer política, a la que apela el calumnista, debilita la democracia, la personaliza, hace que se pierda el debate ideológico, fomenta el vacío de argumentos, programas y políticas. Pero tal vez, lo más preocupante es que exacerba la diferencia social, polariza, divide y no permite construir sobre lo fundamental: sobre hechos, datos, programas, políticas públicas, indicadores y resultados.
El calumnista no distingue entre personas e instituciones. Se lanza por igual a atacarlas con descalificaciones falsas, sin medir los impactos que eso pueda tener para las instituciones y para la democracia. En este sentido, es más grave el daño a la institucionalidad que aquel que se causa a las personas; porque al final éstas últimas se retiran, en cambio recuperar el buen nombre de una institución fundamental para la democracia puede tardar años. En varias oportunidades las opiniones y ataques del calumnista hacia las instituciones no solo han tenido la intención de provocar el descrédito, sino que además han sido falsas.
El calumnista usa su espacio de mancilla para pedir información a cambio de no hacer referencias personales en su columna. La forma irrespetuosa, temeraria, abusiva y, en algunos casos, mentirosa, en la que el calumnista ha ejercido su derecho a la libertad de opinión y expresión ha generado que varios líderes políticos y sociales, que se expresan de manera menos incisiva y más ajustada al debate democrático, hayan decidido guardar silencio y renunciar al derecho a la defensa porque no quieren caer en esa contienda personalista que poco construye.
En una democracia como ésta, tan llena de imperfecciones y fisuras; libertades como la de expresión, información y opinión han adquirido una relevancia fundamental. LA PATRIA ha tenido que vivir el horror que implica querer silenciar la voz de aquellos que denuncian irregularidades, violaciones de los derechos fundamentales y actos de corrupción, entre otros. Sin embargo, estas libertades, como cualquier derecho civil y político, tienen como límite los derechos de los demás y el pleno ejercicio del Estado de Derecho, lo cual incluye un debate democrático sano, basado en las ideas, los argumentos y los programas y no en las descalificaciones de índole personal.
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