Parafraseando al poeta Allan Ginsberg me atrevo a manifestar que he visto a las mejores mentes de mi generación caer en las más simples generalizaciones. Seguramente alguna universidad de gran, mediana o baja reputación de algún país anglosajón tenga un estudio que afirme que las generalizaciones simplifican nuestra forma de interpretar el mundo y ayudan a tomar decisiones de manera más práctica.
En el marco de un campeonato mundial de fútbol se recurre frecuentemente a las generalizaciones, por lo tanto queda en evidencia lo limitadas y limitantes que pueden llegar a ser. Algunos estereotipos que este Mundial ha dejado sin piso pueden ser que Brasil juega al fútbol bonito, que los argentinos son soberbios -por el caso Pékerman- que los colombianos somos drogadictos y narcotraficantes.
Hay un lugar común de estos que está muy extendido y generalizado, y es que Manizales es una ciudad conservadora y que todos los manizaleños somos godos. En este sentido, que el jurado del Caldense del Año haya escogido al maestro Simón Vélez para este reconocimiento demuestra que ese estereotipo no nos representa de manera homogénea.
Indudablemente el señor Vélez tiene una obra magnífica que ha sido reconocida en el mundo entero por su originalidad, belleza y resistencia. Sin embargo, encuentro especialmente significativo de esta escogencia, el hecho de que el galardonado no cumple con ese requisito fundamental para ser manizaleño: ser conservador. El señor Vélez representa a ese grupo de caldenses irreverentes y contestatarios, muy necesarios en una sociedad tan plural que tiene como lema las puertas abiertas.
Justamente es esa capacidad de abrir la mente y ver la realidad desde otra perspectiva lo que le permitió al maestro Vélez darle una oportunidad a la guadua, la paria. Porque puede que la gente de la ciudad no lo sepa, pero a pesar de la fortaleza, resistencia, durabilidad, inmunidad y capacidad regenerativa de la guadua, ésta se considera un material de segunda categoría. Si a un campesino se le garantizan todo los medios económicos para construir su casa, créame que no la hace con guadua. Una persona en la ciudad tampoco lo haría, al menos que los planos sean de Simón Vélez. Sin ir más lejos, las compañías de seguros no emiten pólizas para casas hechas con esterilla de gradúa, ni los bancos aprueban créditos para comprar inmuebles construidos con ésta o sus derivados. Por su parte, la explotación y comercialización de este tipo de madera cuenta con significativas barreras legales, las cuales desconocen la prolificidad del cultivo y su capacidad regenerativa.
Estas situaciones, así como el reconocimiento al maestro Vélez, deben servir para cuestionarnos sobre la preservación de la arquitectura tradicional cafetera, en este escenario de incentivos adversos para las construcciones hechas con guadua. El maestro Vélez ha sido un defensor de la necesidad de hacer una legislación que responda de manera adecuada a las condiciones y características del cultivo, así como a su posibilidad para la transformación y la agregación de valor. Ojalá que este reconocimiento sirva para que los congresistas caldenses se interesen en el tema e impulsen una modificación normativa que permita aprovechar las potencialidades que tiene el Departamento para el desarrollo de este cultivo.
Mientras tanto, galardonemos al maestro Vélez, el caldense irreverente, contestatario, contracorriente que se atrevió a darle una oportunidad a la guadua.
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