La masacre de Charlie Hebdo, la salida de Yohir Akerman de El Colombiano, la decisión de la Corte Constitucional sobre la adopción de niños por parejas del mismo sexo y hasta el afiche oficial del pasado Festival Internacional de Teatro de Manizales, son una muestra clara que la división entre seres racionales y espirituales en la toma de decisiones sobre lo público no parece tan tajante y clara como reza en muchas constituciones, incluida la colombiana.
Las religiones, durante años, no han sido solamente la expresión organizada de la naturaleza espiritual del ser humano. También han sido un mecanismo de control social importante, porque por siglos la legitimidad de las normas, su cumplimiento y el poder de los gobernantes se derivaron de mandatos divinos. Aún hoy, muchas formas de organización social se estructuran a partir de esa legitimidad. Es en este contexto en el que deben leerse la mayoría de los textos sagrados. Estos son escritos con un alto valor espiritual, pero que también buscaban un control social en momentos en los cuales la organización y las fronteras del Estado no eran tan claras, ni existían programas de salud pública, ni cuerpos de policía, ni órganos legislativos independientes, ni elecciones populares, ni programas de atención al menor y la familia, entre otros.
En algunos países el avance de la ciencia, la refinación de la teoría general del Estado, el desarrollo de los derechos humanos como doctrina jurídica ha generado el reconocimiento de la persona como centro en la toma de decisiones sobre lo que nos afecta en el ámbito público. En ese sentido, en el Estado laico la manifestación más significativa de la divinidad es el sujeto que tenemos enfrente, lo cual no parece muy distinto a lo que profesan un buen número de religiones. La organización social laica garantiza ese respeto e inclusión de las creencias y la forma de vida del otro, por lo tanto, las decisiones sobre lo público no se toman con base en lo que opina el Dios de uno, el Dios del otro, ni el Dios de la mayoría, sino en relación a esos principios básicos aceptados por todos.
En ese mismo sentido, la racionalidad laica no puede convertirse en ese púlpito desde donde se desacredita la cosmovisión del otro, se caricaturizan las creencias religiosas, se posa de liberal con los símbolos que son sagrados para algunos o se generaliza peyorativamente a aquellos que provienen o profesan una fe distinta a la razón.
Lo que resulta sorprendente, después de tanta teología, ciencia, filosofía, teoría jurídica, pero sobre todo, tanta barbarie, es que esos dioses, para los cuales lo más importantes es que nos amamos los unos a los otros, sigan siendo superiores al respeto por el ser humano, que no es otra cosa que una manifestación divina. Por eso se justifica la salida de un periódico de un columnista que manifiesta que Dios se ha equivocado, pero no se toman ninguna acción contra aquel que en sus columnas señala de delincuentes a personas que no tienen investigaciones ni sentencias penales en su contra.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015