En el año 1881 el padre Barco en Salamina, desde el confesionario, estableció una bella tradición que hoy en día conserva vigencia. A los pecadores comunes les ponía como penitencia prender velas el día 7 de diciembre, logrando iluminar a toda la población esa noche. A un pecador corriente le tocaba encender cinco velas; al otro diez y a algún pecador reincidente le tocaba cincuenta velas como penitencia, y como todo el mundo se confesaba el resultado era deslumbrante por la cantidad de velas encendidas simbolizando esperanza.

Hoy, 133 años después, ya no son los pecados menores los que inducen a los salamineños a iluminar su bello pueblo dándole otra perspectiva a su patrimonio arquitectónico, sino la tradición instaurada continúa con fuerza propia a pesar que parte de la fiesta sacra se perdió cuando se desarticuló la estructura que giraba alrededor de la Virgen María. Antaño, en esta semana de la Virgen las veredas de Salamina formaban parte esencial. Hoy ya no dirige un alférez la recolecta de los dineros y la gente ya no aporta a la decoración ni participa en los desfiles. Los políticos captaron este tejido social por medio de amarrar electoralmente a estos líderes comunitarios ofreciendo dinero para las fiestas. En la versión última se llegó al colmo de la torpe intervención del Estado cuando como acto central, dizque costó 80 millones de pesos, se trajo al cantante de salsa puertorriqueño Maelo Ruiz, convirtiendo una fiesta religiosa de introspección espiritual en vísperas del nacimiento del Redentor en un jolgorio saturado en alcohol.

Compite, sin embargo, el alumbrado de Salamina con los más bellos que se hacen en el país. Todas las calles están decoradas con faroles y la gente arma pesebres en sus casas permitiendo que los transeúntes, que en romería recorren no solo el centro histórico sino todo el casco urbano, entren y participen del acontecimiento. Las austeras casonas de bahareque coronadas con amplios aleros lucen más bellas con esa frágil iluminación, ya que el alumbrado público se suspende por esa noche. Ingentes cantidades de visitantes, supuestamente hijos de Salamina que viven y trabajan en Manizales, Medellín o Bogotá, disfrutan el lado más bello y luminoso de su solar de origen. Por supuesto, se ven muchos turistas que son fáciles de reconocer por su cara de asombro ante tanta y original belleza.

Es lógico que surjan cuellos de botella cuando la población de Salamina, durante pocos días, se multiplica por cinco. No hay una cama disponible para el viajero, la congestión vehicular es notoria, especialmente para los residentes, y la basura se convierte en adicional carga.

Todas estas son experiencias que debe analizar Salamina para diseñar el turismo que quiere y debe desarrollar. Es urgente que ellos lo hagan integralmente y no lo dejen en manos de asesores forasteros o de los hoteleros. Para Salamina el turismo puede significar una gran oportunidad económica, todo salamineño debe participar en el diseño y desarrollo de este proyecto porque la región sufrirá cambios que pueden ser oportunidades o inmensos contratiempos. Si Salamina no actúa con inteligencia se convertirá en otro Salento, por donde pasa cada puente festivo una avalancha de turistas haciendo imposible a los residentes vivir en su pueblo natal; donde el precio de las cosas sufrió una inflación que la canasta familiar se hizo inalcanzable para el sector de la población que no entró en el negocio del turismo y la contaminación ambiental, en todas las acepciones, arruinó la calidad de vida de ese pueblo quindiano.

Salamina se encuentra entonces en una situación apremiante, donde todas las fuerzas vivas deben aportar soluciones y hacer parte de un plan integral bien concertado, honesto que le sea beneficioso a todos y no entreguen a Salamina a los intereses económicos de unos pocos ávidos empresarios y sus lugartenientes que arman campamento en Salamina y hasta que no le hayan sacado hasta el último peso no se van a explotar y desfigurar a otra víctima.