Asistí a la obra de teatro “María Estuardo” del dramaturgo alemán de la época romántica F. V. Schiller en Lüneburgo, ciudad de 75.000 habitantes ubicada a 60 kilómetros al sur de Hamburgo, en Alemania.
El montaje fue interesante y me sorprendió que se haya escogido esta obra recargada de conflictos e intrigas entre dos reinas británicas, perdiendo una de ellas, literalmente, su cabeza.
No quiero hablar de la obra sino del espacio donde se llevó a cabo este espectáculo. Se trata del teatro público de la ciudad que es una instalación similar a nuestro Teatro y Centro de Convenciones Los Fundadores. El aforo es de 800 personas y no es centro de convenciones, ya que para esto la ciudad cuenta con otra instalación.
Este escenario está en función de albergar un grupo de teatro con el fin de ofertarle a la ciudad una temporada teatral que abarca 8 meses. Igualmente es sede de dos orquestas constituyéndose así en espacio donde estas artes puedan ejercer su importante influjo sobre la sociedad, asumiendo la ciudad el costo de todo esto.
Ahora que el Municipio de Manizales cambió la forma de operar ese emblemático sitio, me temo que ese cambio no va a ser para bien. El concejal Beto Bedoya había manifestado su inconformidad acerca de lo que aparentemente era la corrección a la ilusa idea neoliberal de que el arte y la cultura debían ser autosostenibles, cosa que no es posible si se quiere desarrollar una vida cultural en una ciudad. No es un desacierto insistir en que la cultura, al igual que otras funciones del Estado, requiere de inversiones importantes que superan el marco de la oferta y la demanda, exigiendo una atención muy especial del sector público. Ahora esa inversión o gasto en cultura es lógico, porque para eso los ciudadanos pagamos impuestos y sabemos que sin cultura no se puede vivir. Un Estado como el nuestro, a pesar de su retraso en infraestructura física, no puede darse el lujo y desatender el alma de todo el asunto que es la cultura. Funcionario o político que alegue lo contrario se puede calificar como desactualizado, o mejor como desnaturalizado, o simplemente se debe suponer que está al servicio de algún consorcio contratista interesado en construir un país solo con cemento.
No he visto preparativos de parte del Instituto de Cultura y Turismo para seleccionar los artistas que van a ingresar al Teatro de Los Fundadores y asumir el idóneo manejo de esta valiosa institución. No he oído de un plan que marque la diferencia a pesar de haber conocido al nuevo gerente en su oficina en días pasados. ¿Esto va a quedar mocho? ¿O tal vez nunca se planeó como la lógica lo demanda, y yo describo basándome en el ejemplo de un país avanzado? Si sé que para las administraciones municipales los institutos se constituyen en oportunidades para diligenciar inversiones y tal vez esta Administración no tenga mayor interés en corresponder a un anhelo natural como lo es el deseo de ser una ciudad que palpite vigorosamente con su cultura.
La cultura en nuestra ciudad, en lo que concierne al sector oficial, el más vistoso de por sí, está desarticulada y no muestra logros notables, ya que las bases que propone el Ministerio de Cultura no son adaptadas con rigurosidad. Nos mofamos de los gobiernos de los virreyes españoles que decían que cumplían con las leyes, pero que no las ejercían. Así, 200 años después, estamos llevando la cosa pública, apocada y plagada de desaciertos por la visión miope de los gobernantes.
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