Es sorprendente con qué facilidad el mundo olvida a grandes escritores, extensas obras. Sesudos trabajos desaparecen de las estanterías de librerías y de las mismas bibliotecas, hasta perderse de las bibliografías de las nuevas publicaciones. Digo mundo, porque ese concepto engloba varios factores que influyen en la forma de ser los lectores, las casas editoriales, los medios de comunicación, y tal vez las modas que determinan si un libro se convierte en clásico o si pasa a una especie de purgatorio, un limbo maluco que a nada conduce. ¿Me pregunto si la humanidad publica tanto que ciertas obras simplemente se opacan por la abundancia de novedades?
Para mí, Jacques Pirenne y Will Durant son dos víctimas que este fenómeno ha devorado, en deterioro del conocimiento. Cada uno redactó como obra principal una historia universal. El uno en 12 y el segundo en 10 tomos, obras extensas, originales que un juicioso lector lee en el transcurso de un año con la certeza de ser otra persona, de haber crecido después de cerrar la tapa del último tomo.
Will Durant nace en North Adams, Massachusetts en el año 1885, estudia en una universidad católica la carrera sacerdotal, pero finalmente opta por convertirse en profesor y estudiar filosofía. Su primer libro “Historia de la Filosofía”, en 1926, significa un gran éxito que le permite cambiar su vida y dedicarse a realizar, en todo sentido, su gran obra. Para poder acometer este magnífico reto Durant con su esposa Ariel, una antigua estudiante suya, en 1927 viajan por un año por Europa, en 1930 recorren el Medio Oriente, la India y China; en 1932 están viajando por Japón, Rusia y Polonia para en el año 1935 publicar el primer volumen de su “Historia de la Civilización” llamado “Nuestra herencia oriental”. Después de varios viajes más, sale en 1939 el segundo tomo “Vida en Grecia”. En 1944 publica “César y Cristo”. En 1948 sale “La Era de la Fe”. En 1953, luego de permanecer en Italia por casi dos años, es impreso “El Renacimiento” y en el año 1957 sale al mercado “La Reforma”. En 1961 sale “Comienza la era de la razón”; sigue en 1963 “La era de Luis XIV”; en 1965 “La era de Voltaire” y en 1967, 32 años después de haber iniciado este periplo, concluye la obra con el tomo “Rousseau y la Revolución”.
El último tomo de la obra de los Durant viene con la firma de ambos, y tiene una estructura muy especial. En la biografía aparecen siempre las grandes obras de la época que estaban “viviendo” y basándose en un autor que usualmente tiene amistades en las otras actividades de la cultura como la pintura, la filosofía, el teatro o la política, tejen un relato que presenta una panorámica integral de la época. Los protagonistas de esta historia no son los gobernantes, sino logran una fuerte voz los actores de la cultura y no le temen tratar de reconstruir la cotidianidad de la gente sencilla para iluminar también ese espacio de la civilización. Como piezas de un rompecabezas tridimensional, van juntando complejos elementos para, en términos simples y fácil lenguaje, construir ante los ojos del atónito lector un bello y revelador todo. 
Dista de ser “La Historia de la Civilización” un libro de viaje, los viajes que hicieron fueron para sentir y ver los sitios donde se forjó la historia que relatan, es una obra que incita a viajar. Los Durant conectan. Conectan los fenómenos culturales con el espacio y con la historia política abarcando finalmente todo el globo, la humanidad entera. No hay presunción de culturas superiores dejando de lado la poco fértil comparación entre ellas, mostrando que la cultura es una sola y que todos los hechos de la humanidad están íntimamente entrelazados, haciendo imposible hablar de pureza o de autarquía cultural, ya que cada gran cultura le debe demasiado a la que le antecedió. El caso de Roma y Grecia es tratado por los Durant con asombrosa maestría ya que muestran qué había logrado Grecia y como solo Roma adaptó lo que le era posible asimilar.
Esta “Historia de la Civilización”, que suma casi 6.000 páginas, se consigue de vez en cuando en librerías de segunda, a donde llega después de que algún bibliotecario necio la haya remitido alegando que son libros viejos y, para él, obsoletos.