El 16 de octubre de 1914, al otro día de haber recibido varios hachazos en la cabeza, muere el general Uribe Uribe en Bogotá. Su vida, tenía 55 años al morir, fue un complejo corolario, ya que fue protagonista y testigo de los hechos más importantes de los 25 años que antecedieron su deceso.
Para la historia es más importante dilucidar que aportó Uribe al país, que el recuento minucioso del juicio que se les siguió a Leovigildo Galarza y Jesús Carvajal, hombres que "confesaron" su crimen con las armas homicidas en la mano. A ellos se les dictó sentencia el 25 de junio de 1918 y fueron condenados a veinte años de presidio, privación de los derechos políticos, y a pagar ochenta mil pesos oro y los gastos procesales. Vale la pena traer a colación que la investigación y el juicio de este magnicidio no se libera de sospechas graves acerca de su idoneidad, por decir lo menos. Los autores intelectuales de este crimen fueron personas con mucho poder que tenían a su alcance influencias a todo nivel, lo que les permitió borrar huellas y escapar al verdadero juicio.
Es el general Uribe uno de los personajes más interesantes de la historia colombiana. En él se refleja la cultura nuestra de fin del siglo XIX y la supuesta transición al siglo XX. La evolución de Uribe de guerrero desaforado a estadista, es una trasformación que causa admiración. No es el cambio oportuno por razones de participación política, sino un crecimiento de valores y convicciones que lo inducen a asumir nuevas posiciones políticas.
Fue él otro político de talla que cuestionó el modelo de Estado que estábamos viviendo, sin obtener grandes resultados en las urnas. Conocedor de los problemas colombianos pensó enriquecer los planteamientos políticos dándoles cabida a postulados socialistas y cooperativistas. Para él el Estado federal o central no era el escollo definitivo.
Entendió el general Uribe el fenómeno del crecimiento de la población, especialmente en las incipientes urbes. Sabía que esta gente no eran campesinos ni proletarios, pero requerían protección del Estado, pensando que si ellos avanzaban el país estaría contando con un tipo de burguesía, por pequeña que fuese.
El café marcó desde 1870 hasta 1991 la economía nacional por las divisas que producía y Uribe Uribe fue uno de los adalides de ese cultivo en momentos definitivos. Intuía el general, conocedor del campo, que este cultivo podía dar respuestas prácticas al desarrollo colombiano a pesar que ubicaba al atrasado país en el plano de que vivirá de un producto agrícola de exportación. Hay otro logro de Uribe en el campo de la agricultura: introdujo después de su permanencia en el Brasil el pasto yaragua.
Caldas le debe a Uribe Uribe gratitud, porque fue el uno de los promotores de la idea de crear un ente administrativo que aglutinara la región labrada por la Colonización antioqueña, que empezaba a diferenciarse de la matriz rionegrera y perfectamente se podría regir por sí misma y dejar de depender de Medellín, ya que había constituido una unidad.
Para el que está buscando su futuro e identidad, la pérdida de un personaje de esta talla es enorme. Pocos colombianos se estaban poniendo en la tarea de repensar el país y detectar, por medio de la razón, un futuro cierto para una nación engastada en una geografía demasiado abundante. El general Uribe fue uno de esas eminencias y por ende el país le debe gratitud y larga memoria.
La muerte de Uribe Uribe le arrebató al país un sensible pensador que asumió como tarea política la búsqueda de una salida pacífica y democrática, no revolucionaria, a los problemas de Colombia. Su prestigio y su patriotismo hubieran ayudado a vincular de veras al país al siglo XX.
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