La gente creativa se atrae, alguien decía que brillan con luz propia. Así fue que el editor Arturo Zapata le encargó las carátulas de los libros de su recién fundado sello editorial a Alberto Arango Uribe. Las mejores carátulas de los libros de Zapata fueron realizadas por este artista plástico manizaleño nacido tres años antes de finalizar el siglo XIX. Los óleos, dibujos y acuarelas, fuera de sus excelentes caricaturas, que se conservan hoy como grandes tesoros, traslucen un talento extraordinario.
La intensa vida de Alberto Arango daría pie para una interesante novela, donde la tensión de la narración la aportarían el afán de crear y de involucrar a la sociedad en los procesos artísticos y la necesidad de ganarse el pan en un mundo que no era capaz de sustentar económicamente a un artista de pura sangre como lo era él. No hubo oficio que no le fuera atractivo: fue torero, empresario, director de la Escuela de Bellas Artes de Bogotá, pintor, caricaturista, inclusive dirigió la Imprenta Departamental de Caldas. Mas su fama y renombre se los ganó como caricaturista, que con fino humor y sagaz pluma azotó a los políticos de la época, especialmente a Laureano Gómez.
El trazo de Arango Uribe en las carátulas de Zapata estaba enmarcado en las posibilidades técnicas que solo permitían imprimir colores primarios tratando de poner ciertos acentos, dejando el peso del mensaje de la carátula a cargo del dibujo. Ciñéndose a esas limitantes técnicas Arango Uribe jugó con el diseño de las letras de los títulos y la composición de estos en la portada, logrando construcciones gráficas atractivas que hacían sobresalir a los libros. Cuando Arango Uribe dejó de colaborar con las carátulas de Zapata, estas se convirtieron en algo demasiado sencillo, con soluciones como la de colocar sobre un fondo amarillo el título del libro, el nombre del autor y la editorial. Fue Alberto Arango uno de los colaboradores más importantes de Zapata, porque su aporte fue definitivo para darle forma y estilo al trabajo editorial, ya que sobre la carátula de un libro reposa un papel protagónico. Era Alberto Arango dentro de la Editorial Zapata una eminencia gris que discretamente aporta dejando que los otros asuman la fama.
Ilustró Arango Uribe todos los libros de Rafael Arango Villegas que publicó Zapata enriqueciendo con desgarbadas figuras, aunque llenas de vida y fuerza, el tenor humorístico del mensaje del clásico escritor manizaleño.
Esta colaboración se interrumpe definitivamente cuando Arango Uribe se traslada a Bogotá para trabajar en los periódicos El Espectador y El Tiempo, en reemplazo del genial caricaturista Ricardo Rendón, muerto por mano propia el 28 de octubre de 1931.
Nuestro entorno caldense, al parecer, no fue estimulante para las artes plásticas ya que nunca se produjo un movimiento como el que hubo en la literatura. ¿Le faltaron unos años dorados a la década de los 30 para haber consolidado la sociedad manizaleña también una escuela greco-pictórica? Los pintores caldenses de esa época brillan aisladamente. Al hacer una lista de estos hombres que actuaron en Manizales durante las primeras décadas del siglo XX no hay común denominador excepto que Arturo Zapata los incluía en su concepto editorial: Samuel Velázquez, oriundo de Santa Bárbara, Antioquia, vivió en Manizales muchos años; Sergio Trujillo Magnenat nacido en Manzanares o Antonio Palomino nacido en Medellín; Luis Salazar G., bogotano que pintó para Arturo Zapata carátulas e ilustraciones de la revista Cervantes y trabajó con el maestro Belisario Rodríguez en la decoración del edificio de la Gobernación; Gonzalo Quintero, manizaleño; José Manuel Cardona, manizaleño, igualmente colaborador con retratos y dibujos en la revista Cervantes o E. Arcila L. un excelente retratista. El paso, para consolidar el arte plástico en Manizales, lo dan precisamente Alberto Arango, fundando en compañía de Gonzalo Quintero y J.M. Cardona la Escuela de Bellas Artes el 11 de noviembre de 1931.
Aparte del oficio de caricaturista, Alberto Arango Uribe poseía una mina de oro ubicada en la Cordillera central a unos kilómetros de la capital tolimense. Esta actividad se convirtió en fatal ya que unos asaltantes lo despojaron de su vida y un poco de oro que traía el 16 de febrero del año 1941.
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