Sí: pagar prisión un año y medio por haber dicho una mentira es desproporcionado, más si el encartado, Gonzalo Hernán López, estaba opinando (no informando) en calidad de lector de una noticia, y más si miles de lengüilargos como él hacen lo propio a diario sin que les caiga una corte encima. El caso ya es conocido, así que no quiero detenerme en lo que ya tantos han deplorado con argumentos de peso. Me parece, en cambio, que falta explorar otra arista de la que este enredo es una mera muestra.
Internet nos ha permitido escribir y leer más de lo que solíamos hacerlo cuando no lo teníamos a la mano. Es algo de lo que sacan pecho quienes critican el diagnóstico según el cual en Colombia leemos muy poco en comparación con otros países. Creo, sin embargo, que la red nos ha mostrado, más allá de algunos blogs excelentes, la incapacidad del internauta promedio para sostener conversaciones una vez se mete a opinar sobre lo que sea. Los foros de las páginas web de los periódicos, Twitter y Facebook son evidencia de ello.
Así, para tratar a los contradictores, los uribistas únicamente son paracos; los santistas, mermelados; los izquierdosos, guerrillos o mamertos; los curas, pedófilos; los defensores de los curas, tolerantes con la pedofilia; las mujeres alejadas de convencionalismos, putas; los atracadores, viciosos; los que sí son viciosos, escoria; los estudiantes que marchan, revoltosos…
Verán que no todos son insultos, sino simples calificativos. De hecho, los insultos no son el problema, aunque sean generalmente indeseables (recuerdo particularmente la justificación que hace un par de años hilvanó Alejandro Samper, también columnista de este diario, para explicar por qué llamaba lameculos a Carlos Arboleda, exsecretario de Cultura de Caldas). La discusión racional se descubre cuando quienes intervienen son capaces de agregarle un predicado consistente a esos calificativos (insultantes o no), para evitar que queden como palabras sueltas que cualquiera puede usar sin pensar lo mínimo y que, por ello, se convierten en lugares comunes que pierden el sentido con el tiempo. Llamar rata a un funcionario corrupto demuestra la indignación de un ciudadano que se da cuenta cómo el dinero de sus impuestos se va para bolsillos no autorizados, pero, si no pasa de ahí, la emotividad termina primando (como efectivamente lo hace) en discusiones a las que se les puede sacar más filo.
Los medios también deben hacer su parte. Es muy cómoda la posición que expuso El Tiempo en su editorial del 24 de julio al referirse a la condena de marras: "Los medios colombianos se han tomado estos foros (…) como un mal necesario: todo el mundo es libre de decir lo que piensa en las sociedades que se juegan enteras por la libertad de expresión". Dejar hacer, dejar pasar. (Tan liberales). Más que un "mal necesario" es evidente, simple y llanamente, que les importa muy poco lo que en esos foros se diga, a pesar de que la razón de su existencia sea la de plantear una conversación entre medio y lector. Se tratan más bien del corral de la finca destinado para que los animales indómitos se acaben a garra y mordisco mientras en la sala los dueños del lugar atienden la visita. Nos lo enseñaron los griegos: si nuestra palabra es solo voz y ruido, nada nos separará de los demás animales.
Un portal como lasillavacia.com, nacido hace poco más de cinco años, ha dado ejemplo: al notar que la calidad argumentativa de los comentarios iba en declive y que algunos usuarios se quejaron, optó por modificar las pautas de participación. Al menos allí los foristas, y lo que dicen, importan algo. Los casos de razonpublica.com, en Colombia, y de letraslibres.com, en México, también son ilustrativos (habrá muchos más). Falta ver si el señor condenado, y lo que escribió, le importó algo en su momento a elpais.com.co, donde dijo lo que dijo.
El llamado no puede ser a encarcelar a los boquisueltos, sino a subirle el nivel a la conversación. Pero eso no lo logra una corte. Eso se cultiva.
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