Tal vez impresionado por los triunfos de nuestra selección colombiana de fútbol y sus brillantes aciertos en el Mundial de Brasil 2014 me vino alguna noche un sueño entre descanso y trabajo.
Alegre por el positivo desempeño sentí que llegaba el anuncio que invitaba a un encuentro con uno de sus principales protagonistas, el autor del gol del mundial, el máximo anotador del certamen y fuerte candidato para ser el jugador estrella de la contienda realizada entre altibajos y miles de comentarios.
Soñé que empezaba a circular la invitación a un encuentro en nuestro estadio con el número diez en su camiseta el brillante James Rodríguez que se hizo conocido ya en el mundo entero; se trataría de un homenaje pero a la vez unas palabras de tan insigne jugador que nos indicaría cómo llegar a tan alto dominio del juego, al empuje para con todo un equipo; se trataba de escuchar sus estrategias para el triunfo, para el liderazgo, el ascenso.
Empecé a ver la cantidad de personas que llegaban a las graderías hasta el punto de llenar por completo el cupo permitido; miles de personas quedaban afuera esperando poder entrar y ver o escuchar a su admirado jugador; escucharle y felicitarle.
Todo era emoción, desde niños a viejos todos querían sentir el momento de la aparición del triunfador y sus palabras; seguían llegando personas que al menos desde la parte exterior esperaban escuchar consignas e indicaciones, las de un triunfador ya afamado.
Pero de repente el sueño terminó y al despertar regresé a la realidad diaria; la imaginación había fabricado un interesante momento que podría ser realidad pero que tan solo fue … un sueño.
Sentado al borde la cama y después del primer saludo del día, la plegaria del Señor para ofrecerle la jornada y agradecerle el descanso reconfortante, me pareció que era lógico si al darse de verdad la soñada convocatoria hubiese tan inmensa afluencia de seguidores y escuchas en línea de avanzar y triunfar.
Pero me vino un pensamiento que puede parecer necio pero para mí es real; ¿por qué si a diario podemos leer la Palabra misma de Dios o escucharla en las asambleas, celebraciones y templos, casi no acudimos, nos mantenemos ausentes de tan sabia enseñanza, nos marginamos de abrir los oídos para recibir la más alta esencia de sabiduría para vivir?
De ninguna manera rechazo el entusiasmo, si de escuchar al astro deportivo se refiere, pues hay motivos de emoción para ello, pero no alcanzo a entender el por qué de nuestra ausencia para la escucha o lectura de la Palabra que conduce no tan solo a un éxito humano sino al camino mismo de la salvación y la felicidad.
Es bueno y equilibrado hacer lo uno pero sin dejar lo otro; es buscar plenitud de vida.
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