Pablín Escobar, Gilberto Orejuela, Elías Quintero, Armando Gómez y sus compañeros de Racamasa, así como Carlos Gómez estaban felices aquella tarde del 17 de septiembre de 1950; esa tarde en la cancha de fútbol de Bucaramanga, faltando dos fechas para terminar el campeonato futbolero profesional ese año, el Deportes Caldas de Manizales había quedado campeón al ganarle al Bucaramanga.
No era una hazaña cualquiera; Colombia estaba en la época del Dorado del fútbol; aquí estaban dando las mejores jugadas tres indiscutibles astros a nivel mundial: Raúl Rossi, Adolfo Pedernera y Alfredo Di Estéfano que militaban en Millonarios.
En Manizales existían dos clubes profesionales de Fútbol: Once Deportivo y Deportes Caldas; de aquel grato momento surgió el actual nombre de nuestro equipo de fútbol "Once Caldas"; Quintero recordó que en 1920 había mandado traer desde Cali el primer balón profesional de fútbol que fue depositado por tren hasta Cartago y de allí llegó en una alforja traído por un mulo por estrechos caminos;cuarenta años después ese balón florecía en el flamante campeón colombiano de 1950.
Llegó el equipo después de largo y fatigoso viaje y fue recibido en medio del jolgorio colectivo; allí estaban sobre un carruaje el lituano Vatistutas que empleaba un enredado castellano; Luengo y Kérsul que dentro y fuera de la cancha lucían impecables, limpios, caballerosos; estaban también Garrido, fuerte como una columna, Cativiela que era alegría dentro y fuera del campo, el hombre de la sonrisa Villalba, Ávila el serio delantero que parecía incontenible en el área del gol, Padín a quien apelaban "Padinazo" por la fuerza en los disparos y la cuota de la tierra "torito Hoyos" ágil y veloz.
Era un equipo compacto, unido, caballeroso, de hombres de vida limpia y noble en el juego y fuera de él; ir a la casa de concentración que quedaba en la antigua Bavaria, calle 42 con 23 donde hoy está en la esquina una casa abandonada que va recuperando la Universidad Autónoma; de apenas nueve años entre muchas veces para hacer mandados, cargar los maletines con guayos, camisetas y linimentos; jamás escuché de ellos un mal trato, un irrespeto, una mala palabra, menos un mal gesto.
La casa donde vivían algunos era ordenada; había mesa de ping pong, se jugaba parqués, ajedrez; siempre vestidos con elegancia deportiva y en un ambiente de fraternidad, alegría y virilidad; al frente de toda aquella maravilla había un hombre de conocimiento táctico, disciplina amable, trato gentil; era exigente pero cordial, nunca grosero ni bajo, un noble hombre; su nombre era Alfredo Cuezzo que fue amado por la ciudad y él la amó hasta morir acá dejando una familia recta.
Ojalá esto anime a nuestro actual equipo de fútbol al cual queremos y deseamos éxito; ojalá su delantera sea más incisiva, más amante de la zona cercana al arco, entrando con rapidez y audacia, sin tanto juego de retrovisor es decir de devolver la pelota una y otra vez sin avance hacia el arco, frenando mucho ímpetu. Nos gusta que le estemos viendo amor por su camiseta y responsabilidad.
Somos campeones Nacionales y Continentales; no siempre es fácil vencer pero sí es posible siempre jugar, alegrar, amar lo que se hace y donde se vive.
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