No me refiero ahora al apóstol Pedro y a la invitación hecha por el Señor de remar mar adentro, que alta significación tiene.
Hago mención de Pedro Calderón de la Barca aquel inmenso escritor español de gran valía en la literatura universal; murió un 25 de mayo, el de 1681 habiendo nacido en 1600 en Madrid; después de hacer los estudios juveniles fue soldado defensor de la causa española y se ordenó sacerdote en 1651 embarcado ya en el arte del buen decir y bello escribir.
Es notorio en él la fluidez, la soltura expresiva, la pompa descriptiva y la sonoridad lingüística llevando el idioma a una expresividad hermosa y de gusto comunicativo; al comienzo la crítica le fue negativa, cruel y envidiosa pero luego llegó el reconocimiento a su obra literaria.
Su fecundidad como escritor se expresa en 120 comedias, 18 entremeses y 80 autos sacramentales; diversas vertientes sobresalen en su escribir como dramas religiosos, género trágico, de capa y espada y aún filosóficos; muchos de sus poemas han pasado a ser himnos en la liturgia.
Leer estos clásicos inolvidables es beber no solo la bella expresión sino una manera de pensar ya que en muchos de estos grandes escritores navegan en bellas maneras ideas, opiniones, consejos y puntos de vista para ayudar en el camino al ser humano tan lleno de recursos pero tan herido por obstáculos, pruebas, períodos de oscuridad y anhelos de vida mejor.
En “la vida es sueño” por ejemplo Calderón de la Barca permite al lector sumergirse en el drama de la existencia que a veces es tan difícil que hace aparecer como si todo fuese sueño y nada realidad, como si la felicidad no fuera más que una nube pasajera, veleidosa y lluviosa.
El comenzar la obra con el encierro que el rey Basilio hace de su hijo en la torre aislante por temor a una rebelión contra él, nos pone en evidencia la desconfianza, envidias, odios y celos que tan mal hacen a la convivencia humana; muchas distancias y rompimientos llegan más por sueños que por realidades, por miedos que por valentías.
En “el gran teatro del mundo”, hermoso auto sacramental escrito para ser representado en la procesión de Corpus, Calderón hace sobresalir el valor de la fiesta como expresión personal y comunitaria, la fiesta de la Fe y la oración junto con el canto jubiloso.
Que la celebración vital y festiva es legítima y aporta al camino de la vida es invitación a cumplir el papel que cada uno debe adelantar en este escenario en el cual nos toca actuar y vivir.
En el fondo es un llamado a revivir el papel y misión que cada uno tiene en el período vital, es renovar el ánimo de vivir sabiendo que cada uno tiene su aporte, su contribución para la propia y ajena felicidad.
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