El hogar de los Chopin, de cultura y rectitud, sintió la alegría de su segundo hijo nacido el 22 de febrero de 1810 a quien llamaron Federico y de quien algunas cosas podemos aprender.
Creció en una casa amante de la cultura; su padre y su hermana mayor eran pianistas de buena ejecutoria y en su casa se reunían personajes a hablar de literatura, filosofía, arte, música y política; las pausas se hacían con la interpretación del piano que ya empezaba a gustar al pequeño Federico.
Desde la época de diez años era ya amante del estudio, la formación, la dedicación al arte, a los doce años ya se oía hablar de él y había compuesto una de sus primeras piezas musicales, su primera “polonesa” obra de exquisito sonido.
Polonia, Alemania, Viena y París fueron sitios visitados por él siempre en búsqueda de perfeccionar lo que él tanto amaba, la interpretación lo más perfecta posible del piano; aprovechó grandemente el amor con Aurora Dupin escritora de grandes premios y quien le brindó su amistad y apoyo.
Era ya a sus veinte años conocido y reconocido como un intérprete fuera de lo común del instrumento que lo haría inmortal; se le describió como “el poeta del piano” porque todo su ser se entregaba a su labor; se comentaba que transmitía a sus manos un amor que brotaba de un corazón sabio y bueno.
Se hizo razón de lo que dijo Shumnan cuando escuchó a Chopin a los doce años: “señores, descúbranse, he aquí a un genio; al morir a los 36 años era grande, inmenso, su corazón se envió como recuerdo a Varsovia donde aún se encuentra y se sacó copia de su mano en yeso que permanece sobre las teclas del piano que tenía en París.
Es una invitación a cada uno de nosotros; distinta sería nuestra vida si nos propusiéramos ser los mejores en lo que hacemos: padres de familia, hijos, estudiantes, trabajadores; si cada uno hiciera lo mejor posible aquello que le corresponde hacer, el panorama diario sería distinto, mejor, alegre y bello.
Como el gran Chopin, llamado “místico laico” avancemos en formación, cultura, dedicación y amor por lo que a diario nos corresponde hacer; que la raza humana vehículo de Dios para expresarse no se arrepienta de habernos engendrado.
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