Grandes son las historias vividas en la relación de madres e hijos; ellas han sabido impulsar muchas vidas de hijos hacia la cumbre, la rectitud, la honestidad y la santidad, que quiere decir equilibrio total vital.
El siglo IV regaló al mundo un ejemplo admirable de relación madre-hijo que se ha convertido en ejemplo muy vivo para toda generación. Todo comenzó en África; ambos nacieron en Tagaste y desde allí se levantó una historia de inmenso impacto para la humanidad.
Mónica se llamaba ella; se casó con Patricio del cual tuvo varios hijos; quedó viuda estando aún joven y como muchas de nuestras madres le tocó enfrentar con valentía la educación y dirección de sus hijos.
Entre los hijos había uno de brillante inteligencia, búsqueda aguerrida de la verdad, inquietud en búsqueda de un camino seguro para estar en sendero recto, noble, en gestación de constante maduración.
Este inquieto hijo se llamó Agustín, que llegó a brillar en la historia como filósofo, escritor, teólogo, místico y santo; de joven anduvo en amores y tuvo un hijo llamado Adeodato de quien se hizo cargo hasta el final de sus días con responsabilidad.
Su madre Mónica fue permanente faro de luz para este inquieto varón; en todo paso y aventura ella le acompañó, aconsejó, sufrió y gozó al final; algún día de tanto luchar para enderezar el andar aventurero de Agustín se dijo: "creo que no se perderá un hijo de tantas lágrimas como me ha costado" y de verdad que así fue, venció la tenacidad de esta mujer, el empuje para exigir, llamar, corregir, amonestar con amor y sabiduría.
Ella, la madre, tuvo que estudiar y aprender sobre las mejores maneras de tratar a los hijos, la manera correcta para amonestar e indicar, la paciencia para persistir, la argumentación precisa y sabia para poder dialogar sobre todo con este profundo Agustín de pensamiento iluminado e interrogante.
Quien quiera empaparse de estos diálogos entre madre e hijo, amorosos y profundos está invitado a leer el libro escrito por Agustín que tantas conversiones ha suscitado en la historia; en algunos de sus capítulos se detiene en transcribir aquellos diálogos brillantes entre Mónica y Agustín, modelo de conversación entre madre e hijo.
Mucha falta hace hoy esta tenacidad en los hogares, estos diálogos entre madre e hijo, padre y familia, esposos entre sí; no podemos caer en la vitrina falsa de hacer del hogar un hotel donde se duerme y se come gratis pero el diálogo y cariño se da por fuera.
Urge volver al diálogo familiar, al juego hogareño, a la conversación fraterna en casa, al estilo de amor vivido en casa de Mónica y sobre todo en Nazareth de Galilea. Es un reto para hoy.
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