Sucedió el 17 de diciembre de 1903 en unas planicies de Carolina del Norte, cerca a la ciudad de Kitty Hawk; el asombro se apoderó de las pocas personas que acompañaron a Orwille Wilbur Wright, hermanos que en 1899 habían construido un aparato con alas con la pretensión de ponerlo a volar con la majestad de un ave.
Muchos ensayos habían transcurrido fallidos pero aquel 17 de diciembre se hizo realidad el sueño de Icaro que se colocó unas alas en sus hombros y se lanzó a volar si bien se precipitó raudo al suelo; ese día el aparato construido en madera liviana y hélices propulsoras se levantó de la pista y realizó el primer vuelo estable de la historia; duró 12 segundos en el aire; el reloj señalaba las once y media de la mañana.
Se elevó y recorrió un buen tramo para ser la primera vez; el biplano fue bautizado "Flyer" algo así como "mosca voladora"; este día tiene ya historia inolvidable para la vida de los seres humanos y el avance de la ciencia como transformadora de los elementos de la naturaleza.
Tal vez por lo anterior este día ha sido declarado el "día del piloto" de avión, de ese valiente, él o ella, que se le miden a dirigir el enorme aparato, construcción técnica de belleza visual, y tras elevarse enfrentan tiempos variables, unas veces serenos otras tempetuosos; pero allí está el piloto con su sabiduría y responsabilidad.
Recuerdo un día en el aeropuerto de Roma en espera para abordar el gigantesco Jumbo Jet de la compañía israelita El-Al: inmenso, potente, raudo y hermoso; sus colores azul oscuro, azul claro y blanco le hacían hermoso y eco de la bandera israelí.
Subimos pausadamente y ocupamos los integrantes de la peregrinación a Tierra Santa aquel avión; llegado el momento y al compás de las emociones de nuestros corazones, tomó altura y realizó un vuelo sin sobresaltos, con servicio de amables azafatas.
Al aterrizar en el aeropuerto Ben Gurion de Jesuralén nos llamó la atención el aplauso que largo y fuerte dieron algunos viajeros casi todos israelitas; al bajar preguntamos el por qué de aquel aplauso y la explicación nos agradó: aplaudimos por dos razones, para agradecerle a Dios la etapa recorrida y al piloto el hecho de darnos parte de su tiempo, sus cuidados y gentileza en transportarnos de un lugar a otro bajo una enorme responsabilidad; le admiramos, le agradecemos y le queremos.
Nos pareció que había buenas razones en aquel gesto muy usual entre ellos; en verdad que el piloto expone su vida en cada viaje, asume enorme responsabilidad al conducir el portentoso aparato cual enorme pájaro metálico; no lo vemos pero sabemos que está al mando de la bella nave, habla poco pero nos indica condiciones del vuelo; en verdad merece nuestra gratitud.
Pienso que en las novenas de Navidad bien está que cantemos y demos palmas de compás en villancicos como aplausos que saluden al Mesías, al redentor, al que viene a llenar de luz y alegría el mundo.
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