Abdul era carpintero; hacía años trabajaba con buena fama en Galilea; su taller era visitado por quienes querían adquirir muebles de buena y fina madera; él era amable, correcto y cumplidor.
En un rincón de su querido espacio laboral escuchó un día la conversación dialogada de varios trozos de madera abandonada y tirada allí a la espera de una buena hoguera o uso para arreglos necesarios.
Sus oídos se ampliaron para escuchar las voces delatoras; un pequeño tronco empezó su hablar con cierto orgullo y ademán sobresaliente; yo, aunque pequeño tengo un privilegio de grandeza sin igual; fui parte de la pequeña cuna que albergó en sus primeros meses al llamado Jesús de Nazaret; escuché sus primeros balbuceos para llamar a su padre, a María, a José; recuerdo que repetía como en encantador gargarismo: Abbá, papito, mi amado.
Otro tablón enlazó la conversa y ufano contó: yo fui parte del tallado ambón desde el cual el adolescente Jesús se recostó para leer en la sinagoga; sentí sus dedos y el eco de su bella voz que dijo: "lo escuchado del profeta se ha realizado hoy"; todos estaban admirados.
Pues yo no quiero pasar de soberbio pero debo contarles algo, dijo otro trozo de fina madera empolvado por los años; yo fui parte de una mesa que se hizo solemne por una cena judía en la cual hubo pan y vino; la emoción sacudió la sala de ese Jueves Santo cuando nuestro amado Jesús de Nazaret dijo: "tomen, coman, beban; tendrán vida eterna; el Amor estará en ustedes para vivirlo en casa y caminos, entre los nuestros y las lejanas periferias; hagan esto en memoria de mí"; vi lágrimas de emoción y de traición caer sobre mí aquella tarde bella.
Moviéndose un poco para emerger entre trozos y aserrín un palo de tosca madera, aún con cascarón rústico anotó en baja voz: yo, compañeros, cuento un drama que me cuesta lágrimas y estremecida nota; una tarde tuve el dolor y privilegio de tener el mayor fruto de la historia en alto; lo sentí jadear, gritar de sed y amor; su sangre mojó mi ruda superficie; a pesar de mi dolor ese día me erguí con especial fortaleza para mostrar al mundo el más grande amor, el de Aquel que dio la vida por los que amaba.
Compañeros, me uno a ustedes en el honor de haber servido a la mejor y más maravillosa historia jamás vivida; en mi, convertido en dura cruz, se cumplió la gesta donde la muerte fue vencida por el amor y la resurrección enalteció nuestro oficio de madera al servicio del Reino de Dios y su historia de redención.
A una cantaron entusiastas e hicieron votos para que los creyentes de todos los siglos, de hoy y de mañana, vivamos en la Semana Santa esta realidad de Amor divino que desde el taller de Abdul se recordará para siempre; buena Semana Santa como memoria y renovación de la vida desde los maderos de Jesús, amor que redime. Aleluya.
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