El nacimiento de Jesús el cual muchos de nosotros renovamos en esta época, es uno de los rituales más bellos y de mayor significado no solo para los cristianos, sino para quienes celebramos la singularidad y el valor de la vida. En su sentido más profundo es un cántico sobre el milagro del nacimiento y el sentido de la vida. Así nos lo recuerda la filósofa Hannah Arendt, ese amor entre madre e hijo, que reconocemos en la natividad, es el vínculo inaugural y la base del amor al prójimo. Ese prójimo tan frágil como yo, ante la vida y ante la muerte. Este vínculo será fundamento del paso de la naturaleza al espíritu.
La Navidad en esta época puede ser el espacio para compartir, para perdonar, para reconciliarnos, estar en familia o para descansar en compañía de nuestros seres queridos. Pero, lamentablemente, en ocasiones también se presta para agredir, para sufrir y violentar. Es por esta época que suelen conocerse numerables casos de niñas y niños quemados con pólvora, niños que mueren por una bala perdida en riñas entre vecinos. Mujeres maltratadas, golpeadas, asesinadas, Época de atracos, homicidios y un considerable aumento de los accidentes de tránsito. Suena paradójico, pero la Navidad se presta incluso para la violencia, cuando el propósito es celebrar en paz y renovar la vida.
El panorama es aterrador porque se ha comprobado que anualmente en Colombia la violencia en los hogares cobra más muertes que la guerra, pero ni el Estado ni la sociedad se movilizan en su conjunto para detener la violencia, y mucho menos la impunidad. Con el agravante que, de acuerdo con los informes consignados en el libro Masatugó, elaborado por el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, con el apoyo de ONU Mujeres y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), los mayores perpetradores de la violencia en el hogar son los familiares de las víctimas.
Según dicho informe, “en el período 2009 a 2014 se presentaron 39.502 casos de violencia contra niñas y adolescentes, donde los padres y madres fueron los principales agresores, y donde la intolerancia o el machismo fueron las principales razones de la agresión. Entre 2009 y 2014, se valoraron 324.757 casos de violencia de pareja, que afectaron principalmente a mujeres de 25 a 29 años y los agresores fueron sus parejas legalmente constituidas (esposo o compañero permanente). Durante el período de 2009 a 2014, se presentaron 59.842 casos de violencia intrafamiliar por agresión diferente al cónyuge, para una tasa de 75,31 casos por cada 100 mil mujeres. El principal agresor es el hermano, en el 28,25%. La vivienda es el sitio donde ocurre con mayor frecuencia, con el 74,35%”. Como lo hemos denunciado en muchas ocasiones, la casa se ha convertido en el primer escenario de batalla especialmente para las mujeres, los niños y los viejos.
Son cifras y realidades que no pueden ocultarse, pero sí evitarse y prevenirse, especialmente en esta época decembrina, donde usualmente se habla del amor, de la solidaridad, de la compasión, de la tolerancia y del respeto por las diferencias.
Sea esta entonces una oportunidad para reconocer que mucho se habla en el país sobre la paz con la guerrilla y los demás actores del conflicto, pero en repetidas ocasiones se ignora y se oculta la paz que se requiere en los hogares colombianos. Porque la casa también es un espacio político para construir y promover los valores que dan fundamento a la democracia como son el respeto, la convivencia, la autonomía, el reconocimiento, los derechos humanos y las prácticas cotidianas de vivir en libertad.
Como he dicho en otras oportunidades, la paz la construimos entre todos y todas desde la fuerza interior de nuestros corazones, con solidaridad y empatía por quienes han sufrido la guerra, la pobreza, la exclusión.
Que esta Navidad sea el tiempo para la reflexión, para el perdón, el afecto y la reconciliación. Y sobre todo, les invito a que este anhelo de paz empiece por nuestros hogares.
Coletilla: retomaré esta columna de opinión a finales de enero del próximo año.
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