Hace unas semanas el país vio una discusión entre el presidente de Ecopetrol y un profesor de la Universidad Industrial de Santander, quien esgrimió en defensa de sus tesis sus conocimientos en hidrocarburos. Muchos adoptaron posiciones en defensa de uno u otro, más por lo que decían en contra del oponente que por el análisis profundo de lo que esencialmente expresaban ambos contradictores.
Posteriormente, apareció la noticia con sus correspondientes arandelas, informando que el actual alcalde de Bogotá no tenía, en sentido estricto, un doctorado. El tema pasó del escándalo al silencio, por variados factores discutibles.
La semana anterior fue reproducida una lista con los nombres de ministros, gobernadores, alcaldes y congresistas que poseían título académico de Philosophiæ Doctor-PhD. Al repasar las materias en las cuales cada uno era un docto, éstas eran disímiles y muchas no se relacionaban con el ejercicio de sus actuales funciones. Hay que recordar, nuevamente, las palabras ilustradas del médico exrector y exministro, Alfonso Ocampo Londoño, cuando ante la pregunta: ¿Para qué más médicos, si no pueden ejercer la profesión? Contestaba enfáticamente: Los solos estudios deben cambiarle el sentido de la vida. Y tiene razón, no solamente con medicina sino con cualquier profesión u oficio que aprenda.
¿Pudiera aseverarse lo mismo de los doctorados? En el sentido amplio de la concepción de este elevado reconocimiento académico, la respuesta es sí. Agregando que indudablemente el libre albedrío puede conducir a estudiar, si puede, lo que se quiera y en donde quiera.
No hay que hacer una diferencia entre las universidades que otorgan doctorados, estatales o privadas, ambas tienen la obligación ineludible de ofrecer estudios de la más alta calidad. Pero no todo es igual.
Por ello, queda un inmenso interrogante cuando los estudios de doctorado no cumplen todas las expectativas, entre ellas estudiar e investigar de tiempo completo y casi de dedicación exclusiva. Claro, dirán muchos, hay doctorados de doctorados.
Con el solo ánimo de profundizar habrá que hacer otra pregunta, que podría parecer impertinente: ¿Entonces los reconocimientos, los derechos y las remuneraciones podrían ser diferenciales? La respuesta es no. Doctor es doctor, y ello debe estar refrendado en los logros superiores que debió alcanzar antes de recibir el pergamino con caligrafía de elevada calidad y tinta indeleble.
Pero debe contestarse una nueva pregunta: ¿Doctor o no doctor? El cuestionamiento deja una sensación de desamparo al estilo de la margarita. Evidentemente es mejor doctor, pero de los verdaderos, de aquellos que han demostrado fehacientemente que su grado ha servido para él, para las instituciones que lo han vinculado y, por supuesto, y la más importante, para la sociedad. Lo demás no dejan de ser pedestales al egoísmo, a la fatuidad y a la inutilidad.
Nadie puede pretender que Hipócrates tuviera que haber demostrado un título de doctor. Aunque en honor a la verdad en esa época no existían esos títulos y lo mejor y más importante, no los requerían. Hay una lista incontable de maravillosos personajes en todas las disciplinas, que hasta estas alturas del siglo XXI, no han necesitado ni lo pedirán ser doctor para cumplir cabalmente con sus actividades.
Nunca necesitaron un doctorado o equivalente en el tiempo, padres de diversas disciplinas e investigadores que produjeron con la sola observación, y una mente privilegiada para el análisis, cambios radicales.
Bien por los doctores, tienen su espacio y tiempo dentro de las sociedades y de las entidades que facilitan sus estudios o los vinculan para fines académicos, investigativos y de proyección de elevada calidad, para obtener una vinculación más estrecha entre la sociedad y las universidades, como un ejemplo clásico.
Sin embargo, la formación doctoral en Colombia debe ser detenidamente analizada.
Ahora bien, los Doctores Honoris Causa no adquieren un punto final, deben seguir en la búsqueda de una sociedad mejor, aunque su título es un reconocimiento a la labor realizada, que va más allá del deseo de reconocimientos de toda índole.
Nota: El hospital o clínica universitaria no es un embeleco.
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