La vida de los seres humanos está sometida a diferentes encuentros a través de los años. La religión los acompaña desde antes de nacer, debido a la tradición familiar, que con la edad se confirma, en la mayoría de las veces, o se rechaza para adquirir otras posturas que se ajusten al intelecto, sentir y prácticas que reafirman sus convicciones.
La intimidad de las personas, absolutamente respetable con derecho a ser inaccesible, le concede la posibilidad individual de determinar sus intereses. En ese nicho están las creencias religiosas y la decisión consciente de evidenciar públicamente la doctrina a la que está adherido bajo diferentes intensidades y oportunidades.
De acuerdo a sus creencias, las personas, a veces desde muy temprana edad, se agrupan alrededor de sus iglesias que le permiten a cada ser humano, fortificarse en sus identidades que lo hacen distinto frente a otros, inclusive con las mismas certezas religiosas.
Con el descubrimiento de América se introdujeron diferentes tendencias, según la nacionalidad del conquistador, procedentes de España, Portugal, Inglaterra y por extensión Francia, Italia o Alemania.
No hay ninguna religión que pueda atribuirse, con seguridad, que sus seguidores son todos buenos. En cada conglomerado, indistintamente en donde viva, también hay personas que no se ajustan a los mandatos que deben cumplir.
Juan Jacobo Rousseau expresó en El Emilio, que todo hombre era bueno por naturaleza y esa premisa debe seguir siendo válida. Las excepciones en el comportamiento no pueden ser la norma con la cual se juzgue a los demás. Los extremistas de cualquier creencia o práctica no son el ejemplo a seguir.
Siempre se ha dicho y evidenciado que el fanatismo incontrolado, aún con las mejores intenciones y actuaciones simples de los seres humanos, es una actitud que puede agredir y lesionar a los demás integrantes de la sociedad.
Hace varias décadas la Iglesia Católica rechazaba públicamente a quienes se agrupaban en la masonería y los presentaba con frecuencia como engendros de Satán. Sobrevenía el rechazo de la persona y la familia, en no pocos núcleos sociales. En Caldas, importantes y ejemplares ciudadanos fueron o son masones.
Colombia está considerada como una república que alberga una mayoría de creyentes católicos. Cada vez hay más personas que se dedican a otras prácticas cristianas. Ni los musulmanes, ni los judíos, ni los confesos en las teologías chinas, tienen un número que se aproxime a los seguidores de Jesucristo. Ningún devoto tiene la potestad de violentar a otro u otros por sus creencias religiosas.
Cualquier persona puede controvertir a otra partiendo del respeto mutuo por el opositor, en cualquier tema religioso, incluyendo los dogmas. Lo importante es la preeminencia de los conceptos, porque la verdad está en cada quien.
No es posible tachar de mentiroso a otro, salvo que se trate de hechos comprobables, dados con ejemplos como la Inquisición - Romana y las otras-; las denominadas guerras santas, de antes y ahora; las bulas papales y las derogaciones, la existencia terrenal de los profetas y aun así podrán sobrevenir hallazgos científicos que modifiquen gestas históricas. Pero ante todo está la fe, algo incontrovertible con la razón.
No hay religiones mejores o peores. Ni siquiera la familia en un momento dado tiene la autoridad para imponerle a una persona que ha logrado su pleno desarrollo físico y sobre todo psíquico, moral y de autonomía, su condición religiosa.
Los colegios confesionales hacen una gran labor al acrecentar las cualidades de los estudiantes en medio de un Estado laico que defiende a todos contra la intromisión en sus certezas individuales.
Negar la existencia de conflictos entre adeptos a diferentes religiones es una necedad, quizá en el lado occidental del planeta no se plantea abiertamente por ahora el fragor de la contienda, pero existen enviados que hora tras hora tienen la misión de hacer conversiones en favor de determinadas corrientes, sin comprometer la vida de los renuentes.
Nota: ¡No matar en nombre de religiones!
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