El salario es uno de los temas que despierta interés entre quienes están en el mercado laboral, los aspirantes a un cargo, los pensionados quienes simplemente desean conocer los datos como referencia, debido a su ya definida situación, salvo cuando reinician su vida como funcionarios o empresarios.
En Colombia, los salarios de más del 95% de las personas son paupérrimos, tanto que las familias deben recurrir al ingreso laboral familiar para subsistir modestamente. Otros acuden a empleos o actividades complementarias, de lunes a viernes o en los fines de semana.
Los salarios elevados se encuentran en las industrias de renombre, en entidades transnacionales, en el Congreso, en la magistratura, en los cargos de dirección de las universidades privadas, en los cargos superiores del gobierno, en el gremio de investigadores y otros. Los honorarios son de otro tenor, y los ingresos no tienen límites ni abajo ni arriba, aunque la seguridad social tiene valores mínimos.
Muy pocos se acostumbran a vivir con el salario o los honorarios que reciben, y cuando reciben nuevos dineros modifican el sistema de vida. La mayoría avanza endeudándose, unos con control y otros sin límite, aumentando las deudas peligrosamente en forma geométrica hasta comprometer la estabilidad mental en el trabajo y en las actividades de donde provienen sus ingresos.
Los ingresos de los médicos han variado de una manera radical, comparados con lo que obtenían antes de la estructuración de la seguridad social, lo cual se hizo más evidente con el ejercicio institucional promovido por la Ley 100 de 1993, en contra del ejercicio privado de donde provenían la mayoría de sus ingresos, salvo quienes se dedicaban a la docencia o al trabajo exclusivo con entidades asistenciales, donde había varias modalidades de remuneración.
Hoy, para el médico general la remuneración oscila entre dos y cuatro salarios mínimos, por tiempo completo de servicio en las instituciones. Los especialistas, dependiendo de la especialidad, la ciudad y de la entidad que los contrata, atienden a otras cifras, muy disímiles.
Ahora, la medicina privada atiende a un contrato verbal o escrito, entre el paciente o su familia, cuyo cumplimiento causa más de una desavenencia, muchas con fondo complejo.
A diferencia de antaño, quienes ingresan a estudiar medicina no tienen nítido el futuro de su ejercicio. Los modelos no les permiten analizar realmente lo que podría acontecer dentro de varios años, en la mayoría de los casos por el sesgo de sus profesores frente a las normas vigentes sobre la protección social en salud.
Al médico, por razones eminentemente de mercadeo, como cualquier cosa, lo han atropellado y él mismo se ha sometido a esa agresión, por causa de la supervivencia cotidiana, que incluye a su familia.
De esta debacle se salvan pocos de quienes trabajan en el sector salud. A los contratistas les corresponde ser víctimas, o pueden convertirse en agresores.
Es necesario que el gremio médico se ocupe de hacer un estudio serio, universal y detallado, para luego de un análisis cuidadoso e integral, propender por el mejor estar del médico, sin claudicaciones.
Es mejor no mencionar el subempleo o el desempleo de los médicos, para no recordar vergüenzas. ¡Qué infame desperdicio! Tantos servicios con necesidad de contar con buenos médicos para el servicio de la comunidad urgida de ser atendida oportunamente y con calidad.
La vocación y el humanitarismo del médico no pueden servir de banderas para aprovecharse de su dignidad, ni por el gobierno ni por las entidades privadas.
Notas: 1. Reconfortantes los diálogos entre el Hospital Geriátrico y la Universidad de Manizales.
2. Se impuso definitivamente la Ciudad Universitaria. ¡Qué bien!
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