En los tiempos de los faraones se diagnosticaba el embarazo con la utilización de la orina de la mujer vertida sobre semillas de cebada y trigo. Luego de un tiempo prudencial, dependiendo de la germinación de una u otra, se determinaban dos hechos: Uno, que estaba embarazada y dos, si el producto era hombre brotaba la de trigo y si era mujer la de cebada. Acorde a los planteamientos modernos no hay indicación sobre la germinación de ambas semillas y si esto ocurría: ¿Cuál sería la interpretación?
Para no entrar en discusiones fuera de contexto, hoy se podría pensar que probablemente desde lo biológico eran resultados positivos, pero falsos.
Mucho antes de la Era Cristiana, el romano Galeno ejercía la medicina y estudiaba la orina de sus pacientes, hacía diagnósticos basado en las cualidades organolépticas del líquido corporal. Sus discípulos aprendían sus enseñanzas, teniendo en cuenta la teoría sobre los humores definidos por Hipócrates.
Puede decirse que desde allá, en la remota antigüedad, el laboratorio clínico comenzó a tener su sitio dentro de la medicina. Hay otros ejemplos valiosos.
Hasta bien entrado el siglo XX las prácticas de laboratorio clínico estaban restringidas al médico y su utilización constituía una de las bases para hacer diagnósticos acertados y por lo tanto formular una terapia adecuada. Los grandes maestros de la Medicina que ejercieron en Colombia a finales del siglo XIX y principios del XX, tenían sus propios instrumentos e insumos, no existían los laboratorios institucionales.
Desde antes del siglo XVII se fue tecnificando el trabajo en el laboratorio, e inclusive se describe en bellas pinturas la forma como durante las visitas del médico al enfermo en su casa utilizaba procedimientos especiales, que incluían papel preparado para analizar la orina.
Hoy la tecnología invade, afortunadamente, todas las áreas del laboratorio clínico, para evitar en un alto porcentaje los errores debidos a la manipulación de las muestras. Sin embargo, todavía existe un riesgo de error dado por las condiciones del enfermo o la persona a estudiar como sucede en salud pública; por el proceso interno y externo relacionado con las máquinas; por la intervención de los profesionales dedicados al laboratorio y por la interpretación de los datos obtenidos.
Los médicos que ejercían el laboratorio en sus consultorios eran conscientes de todas las limitaciones que sus procesos ofrecían, y los datos obtenidos debían ser estrictamente correlacionados con su criterio médico en cualquiera de las tres posibilidades derivadas del laboratorio: Una, que se ajustaban a su presunto diagnóstico. Dos, que se apartaban definitivamente de su sospecha clínica y tres, que no le aportaban nada, por las inconsistencias, a la hipótesis clínica.
Por razones obvias, el médico se fue alejando del ejercicio libre y cada vez más complejo del laboratorio clínico y así fueron apareciendo los profesionales dedicados exclusivamente a esta labor por necesidad de la ciencia médica, la oportunidad y una cada vez más necesaria dedicación que competía con el tiempo dedicado a la clínica o a la terapia, incluyendo la cirugía.
Desde quienes fueron los descubridores, hoy reconocidos en toda su extensión como el grande Louis Pasteur, hasta nuestros días grandes profesionales del laboratorio clínico, no médicos, han contribuido con su profesión a ser artífices de una mejor vida para los seres humanos.
Pero desde el análisis de los datos y la confrontación necesaria con el paciente a quien se le tomó la muestra, con el fin de estructurar un diagnóstico o evaluar un proceso, se ha pasado a una actividad eminentemente automática.
Hay ausencia de un manejo integral del paciente. Al indagar por los resultados de una prueba porque aparentemente ellos no se ajustan a la verdad fisiopatológica, la respuesta cada vez más frecuente es: Eso lo dio la máquina. Frase apabullante por la ignorancia y el ultraje de quien la emite.
Los resultados de cualquier procedimiento, incluyendo los falsamente denominados paraclínicos, realizado a una muestra humana, merecen un análisis científico. Quien no lo haga está en las puertas del error.
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