Con la suspensión de los diálogos de La Habana, afloraron entrevistas por radio y televisión en donde las preguntas a las familias de quienes están involucrados en el hecho iban más allá de los simples interrogatorios que aportan a un panorama general.
Actualmente es normal, con el desarrollo de las comunicaciones, que se indague por la personalidad de quienes han sido los actores principales de hechos trascendentales y con más énfasis cuando desempeñan cargos representativos.
Quizá con ello creen que se llegue a comprender más sobre el comportamiento de las personas comprometidas y haya lugar a mejores hipótesis sobre las decisiones que son del interés de la sociedad.
Pero ya no es el hecho natural de conocer sobre aspectos generales de la familia, el trabajo o la vida de relación social de las personas involucradas. No, ayer como hoy, se pasa la línea del límite de la intimidad para identificar eventos que no le conciernen a nadie, así sea una reconocida figura.
Por la necesidad comercial de llenar minutos de transmisión, o completar párrafos en páginas de periodismo popular, se produce la distorsión de la noticia, porque ya no es el hecho en sí y los eventos alrededor del cual se ha producido, sino esa tendencia a difundir y conocer situaciones íntimas que no le conciernen a nadie por fuera de su familia o sus amigos íntimos.
Por eso es tan importante la venta de publicidad como la identificación del aumento de los índices de sintonía o lectura. Con ello se quiere decir que la comunidad se ha ido acostumbrando a esa información que debiera estar restringida al ámbito de los propios.
La paradoja ocurre cuando de un lado lo que se quiere conocer corresponde al vecino, por mencionar a alguien. Hay avidez por los asuntos íntimos de los demás, con verdades o con simples falsedades, hay muchos expertos en los temas hasta tener en la lista de chismosos a reconocidos profesionales. ¡Peligrosísimos! Si ese otro es el supuesto amigo o jefe o compañero o líder o gobernante o legislador o profesor, mucho mejor, más atractivo el cuento.
El otro lado del contrasentido ocurre cuando se trata de sí mismo. Entonces clama por el derecho a la intimidad y exige absoluta reserva sobre sus asuntos. ¡Por supuesto, tiene derecho a ello! Pero le falta sindéresis cuando proclama o se presta a la difusión de los aconteceres íntimos o, lo que es peor, se adhiere a la murmuración y es el semejante quien sufre.
¿Vienen estos comportamientos adheridos a persona? No. Es un vicio que se encumbra en algunas comunidades, o entre miembros de otras sociedades. Cuando estos personajillos encuentran eco, risas o comentarios soeces o difusores implacables, vienen las temibles tertulias, sin importar el número de agresores. Sin embargo, hay seres humanos serios que no se prestan a estos jaleos y que valen un tesoro.
Ello no puede ser confundido por el comentario en cualquier sentido, alabanza o crítica, sobre la persona o sus obras, pero enfocado con franqueza en busca de la verdad, con el derecho que tiene el implicado a tener su defensa en la forma que lo considere justo y oportuno.
La intimidad es un derecho y no, como lo creen algunos, un aspecto que debe hacerse público. Hay quienes piensan, afortunadamente no son mayoría, que quien desempeña un cargo público debe estar permanentemente en una vitrina en donde se exponga toda su vida, la anterior y la actual. Eso es cierto en cuanto a las actividades que deben ser de dominio, análisis y sanción pública. Igualmente es de sanción pública todo aquello que entre en la esfera del escándalo-libertinaje aunque sea su vida privada.
Diferente es cuando los involucrados, libremente, hacen públicas sus intimidades. ¡Los ejemplos cunden!
Nota: La reciente apertura al diálogo general sobre Hospital Universitario en Servicios Especiales de Salud abre caminos esperanzadores.
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