La enseñanza de la medicina tiene temas críticos que exigen y permiten una amplia reflexión para adoptar políticas definidas y no terminar en un caos de sordos.
Tal es el caso de las especializaciones y supraespecializaciones, que se ofrecen y desarrollan en Colombia. Un reciente artículo de Jorge Correa C. analiza este tópico. Es necesario ahondar en el medio donde van a laborar los egresados y los que se desempeñan como especialistas, formados en el país o en el exterior. ¿Están adecuados técnicamente los sitios para el ejercicio de las especialidades y de la medicina general?
En primer lugar, es necesario tener meridiana claridad sobre los motivos por los cuales los médicos quieren especializarse, y aquellos esgrimidos por las universidades para abrir, mantener o cerrar las distintas especializaciones.
En segundo lugar, en Colombia no hay un verdadero censo de médicos, generales o especialistas, a pesar de que existen instituciones que deben tener registros nacionales y regionales actualizados.
Todas las cifras son aproximadas en varios miles, por lo tanto hacer inferencias sobre este dato trae automáticamente un sesgo que invalida las conclusiones que se establezcan sobre ellas.
En tercer lugar, recientemente se informaron cifras sobre la existencia de 56 sitios para estudiar medicina, y además se anunció que hay aproximadamente 150 denominaciones de especialidades médicas. ¿Son cifras exageradas o deficitarias para el país? Todo lo que se exprese a partir de allí, sin un estudio serio y total, cae dentro de las presunciones. Definir si es bueno o malo simplemente por comparación con otros países no tiene asidero técnico.
En cuarto lugar, se vuelve al mismo sitio de encuentro: La calidad excelsa, no importa el número, del ejercicio de la medicina es la que debe imponerse en todas partes. Aunque hay diferentes niveles de atención en salud, el Estado debe asegurar a los ciudadanos que en cada lugar encontrarán lo mejor para su persona. Aquí es donde viene parte de la urgencia de tener un Hospital Universitario en Manizales, cuando los especialistas se deben formar en un sitio con tecnología moderna y multidisciplinario. Lo demás son pantomimas.
Contra esa calidad atentan el propio Estado, en parte por omitir su compromiso frente a la Constitución, con relación a los derechos esenciales de los ciudadanos, los cuales no deben depender de las posibilidades económicas. Igualmente el Estado no puede dejar de lado su función de vigilancia y control, aplicada técnicamente, lo que implica equidad.
De otro lado, la calidad del ejercicio médico depende de otras variables, todas controlables, entre ellas: Oportunidades de empleo y estudio formal con base en méritos; educación continua obligatoria; formación en humanidades; y remuneración adecuada con todas las prerrogativas de ley.
Las instituciones encargadas de la salud de los colombianos deben, sin apelación, ofrecer los oportunos e inmejorables servicios según sea el nivel que se comprometieron a atender y por el cual el Estado y los colombianos pagan. La relación entre especialista y médico general debe plantearse con base en necesidades. Los números absolutos no son adecuados.
Las universidades del Estado tienen la obligación de tener políticas de formación en especialidades médicas, y en todos los estudios de postgrado. El Estado no puede darse el lujo de atender y crear individualidades que no atiendan a las necesidades sentidas de la academia y la población.
Es necesario y urgente el estudio de la calidad de la medicina que se practica en Colombia, las excepciones no cuentan. Para ello el Estado debe promover y financiar entre las academias, los gremios médicos y las sociedades científicas esta evaluación, indispensable para la adopción de medidas impostergables basadas en realidades y no simplemente en pareceres.
Nota: ¿Cuál es la calidad de todo el sector salud?
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