Al iniciar cada semestre universitario, los estudiantes que ingresan por primera vez o que han decidido cambiar de rumbo o que habiendo terminado un ciclo completo han querido retornar a las aulas para estudiar otra disciplina o que habiendo ejercido una profesión han anhelado iniciar los estudios de otra, tienen intereses diferentes planteados en múltiples ocasiones.
Hay que partir esencialmente de la individualidad de cada persona. A ello tiene pleno derecho en todas aquellas zonas geográficas y políticas en las cuales las sociedades y sus gobiernos enuncian y preservan los derechos humanos de los cuales son titulares los ciudadanos con el solo hecho de existir.
Aunque las personas sean gemelas, tienen diferentes maneras de entender su existencia terrenal y en concordancia actúan con dictámenes emanados desde su interior o desde el exterior, consentida o forzadamente. En el sagrado recinto inviolable de la conciencia, que solo aflora y se identifica con otros en la medida en que así lo desea, se definen sus propias convicciones, unas que se desprenden de sus vivencias y otras que han sido meditadas por diferentes períodos de tiempo y estimuladas por variadas razones.
Con estas premisas llegan los estudiantes a las escuelas de Medicina. Pretenden ser médicos por diversas razones, todas respetables, pero no todas tienen la contundencia que les permitirá sortear con éxito la complejidad de los estudios si éstos no se enfrentan con la responsabilidad que se exige para quienes aspiran a ejercer una profesión fundamental para cualquier sociedad. 
Sin embargo, entre los estudiantes hay una línea referente a la vocación que oscila entre débil y fuerte, que indica la disposición personal de servicio que los anima a ser finalmente discípulos de Hipócrates, quien debe ser reivindicado constantemente, aún con el análisis severo y necesario de su juramento, que por ley se exige en Colombia.
Los médicos conforman una cofradía que respeta la singularidad de cada integrante en cuanto a sus personales cualidades e intereses, no estrictamente médicos, aunque en no pocos doctores, así de sencillo pero real, todo se ve permeado por ese que lo conjuga íntegramente alrededor de su ser médico.
De otro lado, se deben agrupar, sin atenuantes, para todo aquello que conduzca a la preeminencia del ser humano y que les permita entender su misión profesional de una manera que no admita confusiones ni al interior del médico ni al exterior de él ya sea en la evidencia tangible en su ejercicio profesional, o en la salud intangible que difunde entre los pacientes y los familiares de éstos.
No todos los médicos tienen, a pesar de llegar varios de ellos a la categoría de maestros, una evidencia nítida que identifique el momento exacto de su decisión de estudiar medicina, la mayoría expresa que la idea inicial se fue consolidando, hasta que adquirió tal intensidad que fue imposible descartarla y de ahí en adelante se sometió a las diferentes pruebas y pasos para lograr un cupo en la universidad.
Al ingreso a la universidad no todos tienen el panorama general de lo que les espera y muchos andan en los extramuros de las novelas rosa o los simples halagos de ser médico sin entender todavía las características de su futuro.
Los estudios médicos para que sean de verdadero valor personal y profesional, lo deberán formar, con una gran responsabilidad de los docentes, es un concepto que se encuentra muy lejos de la sola instrucción en la ciencia y la técnica. El arte lo debe desarrollar desde el inicio, casi que pasa inadvertidamente al principio y luego con la experiencia aflora en toda su dimensión. Porque aunque no se crea el arte del ejercicio es muy subjetivo y ello no debe confundirse con lo que se denomina corrientemente el estado del arte que es la actualización del médico, en todos los campos que le competen. 
Los estudiantes de medicina deben entender desde el principio su misión como futuros médicos, la cual no es independiente de sus cualidades personales dirigidas siempre a obtener el bien de sus semejantes.