Entre los sueños de los lectores, por siempre, se destaca uno que imprime orgullo cuando se logra: Una biblioteca propia. Los profesionales que tienen el cuidado de adquirir libros por cuestiones de sus oficios también anhelan un lugar apropiado para mantenerlos.
Otros van construyendo una biblioteca mixta, incluyendo su productividad, general y profesional. En la vejez, se encuentran con la presencia en sus hogares u oficinas, de varios y enormes estantes que les permiten almacenar cientos de libros, algunos con una organización técnica como mandan los cánones de los archivos.
Con lucidez mental, solo la memoria o la intuición permiten hallar lo que se busca. Recuerdan el tamaño, el color de la tapa, una o todas las figuras, si las tiene; el título y debe en la inmensa mayoría de las veces reconocer el autor. A veces: ¿Dónde está? ¡Ni idea! ¡Por aquí!
Ahora los libros de muchas personas, afortunadamente no todas, se leen en las memorias de las computadoras, tabletas o cualquier clase de adminículo moderno, ya sea que los documentos estén almacenados en su disco duro o en el ciberespacio.
Pero pasan los días y las personas. Por ello, vienen preguntas de todos lados: ¿Qué hacer con las bibliotecas? Las respuestas desde dolorosas: Vendidas por kilos, hasta reconfortantes como la que se conoció el sábado anterior cuando se informó que la colección del escritor Gabriel García Márquez está a disposición de consultantes en la Universidad de Austin, Texas, o como la colección Emilio Robledo en la Universidad de Caldas o la que conserva la familia Gutiérrez Botero que perteneció al maestro Ernesto Gutiérrez Arango.
Así, las bibliotecas universitarias o públicas son los sitios ideales para guardar los libros y documentos de aquellos que quieren donarlas o a veces venderlas, en todo su derecho, deben estar abiertas a considerar la posibilidad de adquirir lo mejor, definido por expertos, con la finalidad de conservarlas para ser utilizadas, no para estorbar.
Muchas colecciones serán castigadas sin atenuantes con la pira. ¡Lamentable, pero real! Otras, tendrán el castigo del tiempo y del moho, en sitios para el olvido. Otras, se dispersarán pero los componentes serán guardados con honor y apasionamiento aunque algunos de ellos podrán ir al cajón en la vía de los desechos.
De nuevo la pregunta: ¿Qué hacer con las colecciones? La tristeza por avizorar el futuro de lo que ha adquirido y conservado con especial gusto y dedicación es evidente. Como en todo, la muerte es el punto final de todas las pertenencias terrenales y más allá no tendrá control, salvo que se cumpla su último deseo, refrendado o sin hacerlo notarialmente.
¿Qué hacer en vida para no dejar el problema? Las soluciones deben ser evaluadas.
Una luz, contundente, viene a direccionar una solución en vida, la ha dado Eduardo Mendoza Garriga, el escritor español, con casi 74 años, quien acaba de ser reconocido con el Premio Cervantes, que se otorga desde 1976 por el Ministerio de la Cultura de España, y el cual fue adjudicado en 2001 a Álvaro Mutis, único colombiano en recibirlo.
En una entrevista previa dada a Xavi Sancho, expresó que había puesto sus libros en un mueble y en dos años solo necesitó uno, así que por economía lo volvió a comprar y por ello decidió botarlos. Eso lo dice un distinguido escritor. ¿Tendrá razón? Por lo pronto ha sembrado la duda.
Además, como los grandes, ha afirmado en la entrevista que él ya no es referente para nada, por cuanto se considera que está alejado del discurso moderno y no está en las redes sociales. Dice que los de su generación deben dejar el lugar a otros y dedicarse a escribir. Hay que agregarle al literato: También para pensar.
Finalmente, ¿para qué guardar libros si ellos no se van a consultar luego? Los lazos, la oscuridad, la humedad y el olvido no pueden ser el fin. El regalo o la exposición son caminos mejores. O, será preferible: ¡Todo a cinco mil!
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