Tantos siglos de existencia del ser humano, tal como se conoce hoy, y éste no ha aprendido a respetar a su congénere a pesar de los billones de veces que se han tratado de inculcar simples normas de convivencia, dictadas en los cuatro puntos cardinales del planeta y por miles de millones de personas que han vivido hasta en los más recónditos lugares.
El más fundamental de los derechos que tiene una persona, como es su vida, sufre embates en diferentes etapas de su existencia, unos dados por la propia e irremediable connotación de ser viviente finito, de lo cual puede ser responsable el mismo ser o simplemente sucede como el devenir natural de la naturaleza que cumple su ciclo. Otros ataques, son atribuidos a la violencia bajo las más diversas formas.
Luego vienen otros derechos difíciles de clasificar en orden estricto, porque todos son relativos a la propia connotación de la persona, para diferenciarla de otros vivientes, los cuales a veces son confundidos y ubicados por encima del ser humano, lo que conduce a una inversión antinatural.
Todas las personas tienen derecho a sus opiniones sobre el tema que deseen, aunque según sean las culturas, las fuerzas políticas, o las creencias religiosas. Sin embargo, el respeto por el concepto ajeno se ha tornado difícil en medio de una discutida libertad.
Las opiniones son para controvertirlas total o parcialmente, o aceptarlas si se traducen en adopción o rechazo de acciones. Ello es muy diferente a las órdenes impartidas por quien tiene la potestad de hacerlo, y ellas deben ser cumplidas por quien tiene la obligación de ejecutarlas sin discusión, de lo contrario responsabilizarse de la acción o de la omisión.
Resulta reconfortante la opinión, publicada en LA PATRIA el 14 de junio, aparecida en la sección La Voz del Lector titulada: Charlatanería y fraude en el tratamiento del cáncer, escrita por el prestigioso médico oncólogo peruano Andrés Solidoro Santiesteban, transferida al periódico con valentía, solidaridad y oportunidad por la dignísima señora abogada Luisa Tizón de Villegas.
El documento se refiere de manera simple, pero directa, a la farsa o a los impostores con relación a la salud y especialmente frente a la terapia para el cáncer. Una posición de difícil abordaje en medio de una sociedad proclive a atender consejos, insinuaciones o recomendaciones de todos quienes en un momento dado se enfrentan a un enfermo, sea éste familiar, amigo o conocido de ocasión.
Es importante diferenciar los sistemas de salud de Perú y Colombia, siendo este último de carácter mayoritario institucional, pero en ambos las características profesionales tienen similitudes e igualmente las poblaciones comparten muchas identidades.
Llama la atención el oncólogo a la utilización de medicamentos y tecnología, previamente evaluados y certificados de manera adecuada, que le brindan al paciente un mínimo de seguridad ante la utilización de una o ambas estrategias.
Hay tres importantes consideraciones que son el eje del artículo: El paciente debe recibir información precisa sobre el objetivo de la terapia que va a recibir frente a su cáncer y evitarle falsas expectativas al paciente y a su familia. La segunda, es identificarle adecuadamente al paciente su estado y el pronóstico, que es una aproximación a la realidad biológica y no un dictamen absoluto de muerte, basado en realidades y no en conjeturas idealistas.
La tercera, y quizá la trascendental para un medio como el colombiano, es el llamado a la conservación íntegra de la relación médico-paciente, por lo que se ha clamado en reiteradas oportunidades. Ella es fundamental en cualquier tratamiento, inclusive en la formulación de un simple analgésico, por lo tanto con más énfasis en la terapia para pacientes con cáncer u otra enfermedad severa de elevada mortalidad.
Indica con muy buen tino la importancia de mejorar desde las Escuelas de Medicina, la comunicación entre médicos y pacientes, lo que se debe extender a los familiares pendientes del paciente. Para recordar: ¡El médico ni me miró!
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