Hace apenas un mes las planas de todos los portales de noticias tecnológicas del mundo hablaban del nuevo iPhone 6 y la subsiguiente versión 6 Plus, hecha, principalmente, para que se note en el bolsillo, además de compararse a las nuevas tendencias de móviles y terminales celulares enormes que, prácticamente, cubren la mitad de la cara durante una llamada. Es la moda y es infalible.
La semana pasada Google anunció la nueva versión de su sistema operativo Android. Se trata de la versión 5.0, Lollipop (chupeta). El mismo solo estará disponible para terminales móviles que hayan salido a la venta del 2013 en adelante. Como Apple y Android, muchísimas empresas nos han enseñado de lleno el significado de la necesidad de consumo y mantener “actualizados”.
Llevamos varias décadas en ello. Primero fue la televisión en blanco y negro, luego el color, el sonido estéreo, la alta definición, los televisores “inteligentes”, el 3D, la definición 4K y, ahora, los televisores de pantalla curva; eso sí, no son los mismos que estuvieron antes del auge de los televisores de pantalla plana de la década de 1990.
Es una cadena viciosa que forzó una adaptación de nuestra voluntad y nuestros bolsillos. Nos hemos acostumbrado que todo lo debemos cambiar por lo más novedoso. A veces hacemos compras con ánimos de cambio o con la idea mental de saber que un gasto tiene cierto tiempo de utilidad. Es un amplio dominio del comercio, de la mercadotecnia, la economía y la publicidad sobre nosotros.
Quizás, por esa razón, la semana pasada pasó inadvertido también, entre todo el caudal de noticias que no son noticias y que estamos acostumbrados a soportar, que Francia comenzará a penalizar a las empresas que fabriquen productos de obsolescencia programada, es decir, que estén determinados a dejar de funcionar como deben luego de cierto tiempo de uso. Esa caducidad estipulada implicaría una multa de ¤300 mil, según lo convenido en la Ley de Consumo actual de Francia.
La iniciativa es todo un reto a la economía occidental que se cimenta en el consumo excesivo, además de fomentar soluciones verdes y proteger al consumidor de la borrasca publicitaria a la que se expone involuntariamente día a día. Significa un cambio y un desafío para respetar al consumidor, rendir garantías y buscar soluciones a largo plazo ante la crisis de la costumbre.
Quizás el reto más grande es cambiar el arquetipo del consumidor que gasta por idea y no por necesidad. Así se ha proyectado el crecimiento occidental por años, hasta lograr lo que es hoy; algo que no cabe en ningún calificativo. Parece que ha llegado el tiempo de vencer aquel sofisma ingente de “tener que estar a la vanguardia”.
Nota personal: Creo que jamás compraré un reloj inteligente. Solo nos faltaba tener que poner a cargar el reloj cada dos noches, o menos. Eso nos faltaba.
Para los franceses, por su sensatez esta vez, ¡Chapeau!
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