Las más recientes semanas han tomado un terrible hedor a apocalipsis. Si no hubiéramos disfrutado de la Copa Mundial de Fútbol de la FIFA Brasil 2014, seguramente, el meridiano de este año se hubiera tornado insoportable y más caluroso. El fútbol significó un bálsamo en medio de tantas desgracias, tanto domésticas como foráneas.
El julio que ya concluye parece fenecer con muertes de toda índole, con tambores de guerra y la más grave impunidad a sus anchas. Después de todos los eventos de este mes, es difícil comenzar a citar cada eventualidad. Pero una primó sobre el resto: la brutalidad armada de Israel sobre inocentes palestinos que viven en el más absoluto aprieto en Gaza, bajo la excusa de defenderse de los extremistas de Hamás.
Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, parece no tener vergüenza, como tampoco miedo. Su incursión, aparte de violenta e injustificada sobre los palestinos, es muestra fiel de las rancias políticas israelíes, quienes bajo su moral de cambio en pleno Medio Oriente, hacen y deshacen con sus vecinos.
El problema creciente de Israel llegó por la complicidad de Estados Unidos y varias naciones occidentales que avalaron las diferentes incursiones israelíes en territorios palestinos. También se abalanzaron para evitar el establecimiento de un Estado Palestino y han hecho que los antagonistas de la historia siempre sean los reducidos vecinos.
Es cuestión de un lamentable hábito de acostumbrarse a ver con indiferencia los titulares de prensa que cada vez narran la crudeza de una guerra de la cual todos se lavan las manos. El monstruo israelí, criatura que nació después de décadas de alcahuetería occidental, se torna incontrolable. Es más, ahora Israel ignora hasta a Estados Unidos, su más fiel aliado. ¿Qué más le falta al señor Netanyahu? ¿Declararle la guerra al resto del planeta?
Si sus filosofías se aplicasen, las más tenaces masacres siempre tendrían una “justa” razón. Gaza, una pequeña franja, arrinconada y enclavada en medio de la aridez israelí, sufre a diario de bombardeos, violaciones a los Derechos Humanos y asesinatos de inocentes por culpa de la amenaza que significa para Israel la reprochable existencia de un grupo extremista como Hamás.
A veces parece algo cíclico. Es posible que este derramamiento de sangre inocente termine en los próximos días. Pero reaparecerá luego para reconfirmar un nuevo fracaso de la política internacional y exponer en lo inútil que se torna un Consejo de Seguridad en la ONU plagado por intereses de pocos. Es cuestión de franqueza saber que los que hacen la guerra no pueden planear la paz.
Pero nos tocó vivir en el mundo de los insensatos. Insensatos como Obama que saben que pueden hacer mucho, pero reconocen que lo mejor está en hacer poco. Insensatos como el secretario general de la ONU, que sabe que puede hacer que la organización internacional más grande del mundo ponga en cintura a Israel, pero que opta por ver en la franja de Gaza un campo para llevar semillas de mostaza de paz, nada más.
Insensatos como Netanyahu, que saben que Israel, con el patrocinio de muchas naciones, le ha quitado en los últimos 60 años más de la mitad del territorio a Palestina, hasta prácticamente arrasar con este pueblo, y así y todo, quiere más, mucho más. Insensatos como Hamás, cuya existencia, en lugar de defender los principios palestinos, termina por convertirle en un grupo tan guerrerista, mezquino y monstruoso como aquellos del norte de África o Irak.
Insensatos como Egipto o como Siria, vecinos que de guardaron la mugre bajo la alfombra y que ahora viven su propio infierno.
Entonces, no queda más que volver al principio. Indignarse y reconocer que mientras se siga impartiendo injusticia desde la ONU, el conflicto entre Israel y Hamás, se mantendrá como muchos tantos en el mundo. Mientras Israel tenga excusas, estará con su ejército, aplacando el avance de los gritos que piden una Palestina libre. Mientras Hamás envíe una bomba, Israel responderá con cien. Mientras más inocentes mueran, más líderes callarán. Por eso, son, sencillamente, días de crisis.
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