Si hay dos palabras que se excluyan mutuamente, ellas son ‘santo’ y ‘pecado’: en términos generales, ‘santos’ son aquellos que viven o vivieron sus vidas alejados del pecado, dedicados a la virtud y a dar siempre buen ejemplo a sus semejantes; el ‘pecado’, en cambio, es la violación de las leyes y preceptos religiosos y de cualquier otra disposición que busque el bienestar de la sociedad. De esto se deduce fácilmente que a Margarita Rosa de Francisco le disonaron los contrabajos en la siguiente afirmación: “…ubicada además [la avaricia] al lado de las desbordantes lujuria y gula en el santoral de los siete pecados capitales” (El Tiempo, 23//2015). ¿Confundiría ella ‘santoral’ con ‘catálogo’? ¡Imposible! Pienso, más bien, que no se detuvo a reflexionar sobre el significado del término ‘santoral’ (“libro que contiene hechos o vidas de santos”; “lista de los santos cuya festividad se conmemora en cada uno de los días del año”), y lo puso ahí, al desgaire. Ninguna de estas acepciones se les puede aplicar a los pecados capitales, desde ningún punto de vista. La acepción de ‘catálogo’ sí, porque éste es la “relación ordenada en la que se incluyen o describen en forma individual libros, personas, objetos, etc., que está relacionados entre sí”. A ella se le puede perdonar el desatino, porque sus múltiples actividades le impiden consultar el diccionario.
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La columnista Fanny Bernal O. garrapateó de la siguiente manera: “El perdón también es una renuncia consciente a recibir ofensas o a infringir dolor a otros seres humanos…” (LA PATRIA, 26/7/2015). Los años, seguramente, me impidieron entender esta acepción de ‘perdón’. No la entendí. Lo que no es raro, pues son muchas las cosas que no entiendo, por ejemplo, por qué son tantos los columnistas de nuestro periódico que aún ignoran que ‘infringir’ (transgredir, traspasar, delinquir, violar, vulnerar, lesionar, pisotear) no es lo mismo que ‘infligir’ (castigar, imponer, aplicar, causar). Quien tiene como profesión escribir debe saber; y si no sabe, debe consultar. Para esto, es indispensable mantener a la mano un diccionario académico y uno de sinónimos, herramientas indispensables para ejercer la bella disciplina de escribir.
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Cualquier día de la semana antepasada (julio 20-26, 2015), y con toda la cachaza que caracteriza a los terroristas de las Farc, Pablo Catatumbo dijo, palabras más palabras menos, que “es una falacia afirmar que la dejación de armas incluye su entrega”. Y tiene razón, porque una cosa es ‘dejar’ (“soltar algo”) y otra muy distinta, ‘entregar’ (“poner en manos o en poder de otro a una persona o cosa”). Los sinónimos de ‘dejar’ que tienen relación con la idea de Catatumbo son ‘abandonar, deponer-apartar de sí, desamparar, arrinconar’; y de ‘entregar’, ‘dar, facilitar, ceder, traspasar’. Si a la pregunta ¿qué pasó con su Mazda?, la respuesta es “lo dejé en el garaje”, su dueño no pierde la propiedad del vehículo; pero si quien responde dice “tuve que entregárselo al Banco”, está afirmando que ya no le pertenece. De manera, pues, que cuando el gobierno habla de ‘entrega’ y la guerrilla de ‘dejación’, están diciendo cosas muy distintas. ¿Cuál de las dos partes cederá? ¡Ojalá no sea la que mucha gente supone!
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No es necesario darle el crédito al autor del siguiente pasaje, porque quien lo haya leído varias veces sabe que es el doctor César Montoya Ocampo: “El cóncavo paisaje es de un verde estridente, de todos los colores, matizado de extensos cafetales, allá con siembras abundosas de otros cultivos y más lejos aún, con plácidas hondonadas musicalizadas por el mugido de las vacadas. (LA PATRIA, 23/7/2015). La naturaleza -puede decirse, si hablamos del campo y de su vegetación- es perfecta, y su colorido, armonioso. Decir, pues, un ‘verde estridente’, es una necedad, ya que ese adjetivo significa ‘destemplado, desapacible, ruidoso, estruendoso’; y en la naturaleza no hay colores que ‘chillen’. Dice también: “El cóncavo paisaje (…) matizado de extensos cafetales…”. ¿Cóncavo? Sí, si todo lo que observa es sólo una hondonada. Además, los cafetales no ‘matizan’; sus colores, sí: “…matizado por los colores de…”. Así, porque el verbo ‘matizar’ pide, en la muestra, la preposición ‘por’.
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