En francés, el diminutivo de ‘enfant’ (niño, niña) es ‘petit enfant’ (niñito, niñita). En castellano, el diminutivo de ‘niño’ es ‘niñito’, no ‘niño pequeño’, por más ternura que ellos, los niños, inspiren. Hay quienes, ¡tan tiernos!, le agregan el adjetivo ‘inocente’. Decir, pues, o escribir ‘niños pequeños’ es un ‘galicismo’, que consiste en el empleo de construcciones gramaticales, palabras y giros propios de ese idioma en otro. ¿Habrá alguien a quien le importe esto hoy en día? Tal vez no, pero, a pesar de ello, su empleo debe evitarse en el lenguaje culto, lo que no tuvo en cuenta el profesor y columnista Francisco Cajiao en esta advertencia: “Los profesionales expertos en el trabajo pedagógico con niños pequeños no pueden seguir siendo asimilados a cuidadores, jardineras inexpertas o técnicos” (El Tiempo, 17/11/2015). “…con niñitos…”, o simplemente, ¿por qué no?, “…con niños…”, puesto que, cuando decimos ‘niños’, pensamos en ellos, en los ‘niños’, no en piernipeludos o mozalbetes de catorce, quince o dieciséis años.
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El citado profesor Cajiao, en el mismo artículo, escribe: “Desafortunadamente, en el imaginario social se ha considerado que quienes se dedican a la atención de niños pequeños no requieren mayores exigencias…”. ‘Niños pequeños’, ¡otra vez! Pero no es esto lo que voy a tratar en este párrafo, sino el sustantivo ‘imaginario’. En mi libro “Quisquillas de alguna importancia. Aprenda castellano de los errores del prójimo”, editado por la Universidad de Caldas, en los apartes 1034 y 1037, me refiero extensamente a él, y enseño que es un adjetivo con el que se califica todo aquello que está en la imaginación; y que, como sustantivo, se aplicaba -ya no, anota El Diccionario- a quienes se dedican a la fabricación de imágenes religiosas. Y añadía que la Academia le asigna otras acepciones que nada tienen que ver con la imaginación. ¿Por qué, entonces, vuelvo sobre él? Porque la Academia de la Lengua, acomodándose quizás al uso extendido del término con una nueva acepción, lo acoge en la última edición de su diccionario (2014) con ella: “m. 3. Repertorio de elementos simbólicos y conceptuales de un autor, una escuela o una tradición”. ¿Cabrá en esta definición el ‘imaginario’ del profesor? Y le añade esta otra: “4. Psicol. Imagen simbólica a partir de la que se desarrolla una representación mental”. Quedamos, pues, informados.
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Así escribió la columnista dominical Fanny Bernal O.: “…en su mundo solo importa lo que ellos piensan y sienten y hay, de que alguien se atreva a contradecirles” (LA PATRIA, Abuso y chantaje emocional, 22/11/2015). La frase, escrita en castellano castizo, es ésta: “…en su mundo sólo importa lo que ellos piensan y sienten, y ¡ay de que alguien se atreva a contradecirles!”. Aunque en el lenguaje hablado los dos vocablos tienen el mismo sonido, su significado es muy diferente. En efecto, ‘hay’ es una inflexión verbal, la tercera persona del singular del presente de indicativo del verbo impersonal ‘haber’; ¡ay!, en cambio, es una interjección que se emplea para maldecir o anatematizar, y para expresar sentimientos, especialmente los de dolor y conmiseración. Elemental. En el mismo artículo escribió: “A parte de ello, pocas veces quienes abusan…”. “Aparte de ello…”, una sola palabra, ‘aparte’, adverbio de modo en este caso, con el significado de ‘separadamente’. Además: “…todos los demás son culpables, y yo pobrecito o pobrecita soy inocente…”. Esta frase, correctamente escrita, es: “…todos los demás son culpables, y yo, ¡pobrecito!, soy inocente”. Los signos de admiración, tan poco usados en la actualidad, le dan vitalidad a la redacción y facilitan una lectura inteligente.
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¿Olvidaría la feminista Florence Thomas su embeleco del ‘lenguaje incluyente’? Lo dudo. Sea como fuere, esto escribió: “…sigue impactando a los hijos y nietos de aquellos inmigrantes…”; y “Hoy, mis lágrimas siguen acompañando a los franceses” (El Tiempo, 18/11/2015). En la primera muestra, por coherencia con su detestable lenguaje incluyente, debió escribir “a los hijos e hijas y a los nietos y nietas…”; y en la segunda, “…mis lágrimas siguen acompañando a los franceses y a las francesas”. Pero no lo hizo, lo que demuestra que ‘sí se puede, sí se puede, sí se puede…’.
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