Hay maneras de hablar y hay maneras de escribir. Generalmente, cuando utilizamos el lenguaje hablado, aun cuando no debería ser así, descuidamos ciertas menudencias gramaticales, por ejemplo, cuando decimos “ocultan que el despelote lo causan son los que ellos defienden”. Así no escribimos, si queremos hacerlo cultamente. Al editorialista de El Tiempo se le olvidó que no estaba conversando en la cafetería de la empresa cuando escribió esto en su artículo: “…menores desorientados que no saben que la fiesta la hacen son las Farc” (El Tiempo, editorial, 16/5/2016). En esta frase, evidentemente, o sobra el verbo ‘son’, o le hace falta el antecedente, así: “…no saben que la fiesta la hacen las Farc”, o “no saben que quienes (o las que) hacen la fiesta son las Farc”. Esto, ¡claro!, y como tiene que ser, en lenguaje culto.
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El verbo ‘oponer’, como transitivo, significa “poner una cosa contra otra para estorbarle o impedirle su efecto”, verbigracia, “el agredido lo único que podía oponer para defenderse eran sus brazos”. También “proponer una razón o discurso contra lo que otro dice o siente”, por ejemplo, “a los insultos de Maduro, el diputado opuso sus argumentos”. Como pronominal, ‘oponerse’, lo usamos para expresar nuestra posición contraria a una idea, una doctrina, o un hecho con los cuales estamos en desacuerdo, por ejemplo, “el congresista se opuso a la creación de nuevos impuestos”. El ex ministro de ya no recuerdo qué (¡son tantos!), Juan Camilo Restrepo, echó mano del verbo como transitivo en una oración en la que tenía que ser pronominal: “…como unos improvisadores a los que se les vino el proceso de paz encima sin argumentos válidos para oponerlo” (LA PATRIA, 19/5/2016). “para oponerlo” ¿a qué o a quién? Lo que quiso decir fue lo siguiente: “…sin argumentos válidos para oponérsele”. Al proceso de paz, obviamente.
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Según el contexto, el redactor de ‘Supimos que…’ se enguaraló con el verbo ‘martirizar’ en la siguiente información: “…en el que (…) despotricaron del Ejército, y martirizaron a las Farc frente a un grupo de estudiantes del colegio” (LA PATRIA, 17/572016). En esta declaración, su intención fue decir que los supuestos infiltrados, además de insultar al Ejército, convirtieron en ‘mártires’ a los miembros de esa organización criminal, como siempre se han considerado ellos, víctimas, no victimarios. Era imposible que los martirizaran, porque no estaban presentes, y si lo hubiesen estado, no lo habrían permitido, pues viven armados, muy bien armados. ‘Martirizar’, señor, es ‘atormentar, afligir, maltratar’, y, en su primera acepción, “atormentar a uno o quitarle la vida por motivos religiosos”.
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En su artículo de El Tiempo, el señor Heriberto Fiorillo redactó de la siguiente manera: “En mayo de 1968, el amor libre consagró al beso de boca entre personas…”; “ ‘Artistadas’, califican los más godos a estas conductas en nuestro medio” (16/5/ 2016). En castellano, el complemento directo o acusativo no pide la preposición ‘a’, verbigracia, “los elenos secuestran y asesinan personas indefensas y destruyen los recursos naturales”, por lo cual, en las muestras asentadas está de más: “…consagró el beso” y “califican estas conductas”, porque, tanto el artículo como el adjetivo demostrativo, son suficientes para determinar. Hay solamente dos casos en los cuales el acusativo pide la preposición ‘a’, a saber, cuando hay que personalizar y determinar, por ejemplo, “en mi juventud leí a Cicerón y oí a Ponchielli”, frases en las cuales se personalizan las obras del escritor y del compositor. Lo mismo se aplica a los apelativos con que se conocen algunos animales irracionales, verbigracia, “Rui Díaz de Vivar montaba a Babieca”. La segunda excepción se refiere a todo nombre propio, objeto de la acción del verbo, por ejemplo, “el verano pasado visité a Londres”, norma que no es pertinente cuando el nombre tiene el artículo determinado, verbigracia, “aún no he conocido El Cairo, en Costa Rica”. Nota: Actualmente, escritores de todos los pelambres tienden a eliminar la preposición cuando se trata de ‘topónimos’, y esto con la bendición de la Academia de la Lengua que ‘registra’ algunos ejemplos con las dos opciones, como ella las llama (Nueva gramática de la lengua española, 34.8j y ss.). A mí esa construcción me disuena. El escritor culto sabrá escoger.
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