Aunque ya antes lo cité, es conveniente tener siempre en cuenta el hexámetro de Horacio en su Carta a los Pisones (De arte poética): “Quandoque bonus dormitat Homerus” (De vez en cuando tiene sus descuidos el buen Homero). Hace un par de semanas me referí a un error incomprensible del escritor Eduardo Caballero Calderón (empleó ‘infringir’ por ‘infligir’). Leído mi comentario, el señor Gustavo Hinojosa, de la Bella Villa, lúcido e incansable lector, me envió este otro, tomado de su conocido libro “Ancha es Castilla”: “Los castillos de Francia están rodeados de jardines y planeados para regalo de los príncipes, sembrados de flores que embalsaman el aire, salpicado de bosques que permiten a las doncellas de la corte rodear de un encanto agreste sus amores extraconyugales” (5ª. Edición Procultura S. A., pág. 47, El Áncora Editores Bogotá 1992, impreso en los Talleres de Tercer Mundo Editores). Según la definición de ‘doncella’ (“Mujer que no ha conocido varón; mujer virgen”), es imposible que ella pueda tener “amores extraconyugales”. Enseña El Diccionario que el término viene del latín vulgar ‘domnicilla’ (‘señorita’), diminutivo de ‘domna’, ‘señora’. En los tiempos del Caballero de la Triste Figura había ‘doncellas’ en los castillos, las encargadas de servir a la duquesa, su ‘señora’. De aquí la otra acepción que le da la fuente citada: “Criada que sirve cerca de la señora, o que se ocupa en los menesteres domésticos ajenos a la cocina”, como quien dice la ‘dentrera’ o ‘dentrodera’, de la que anota don Rufino: “Es en Antioquia lo que en Bogotá ‘criada de adentro’, doncella, moza de cámara” (Apuntaciones). De mi niñez, en Santa Rosa de Cabal, recuerdo que tener ‘dentrodera’ era privilegio exclusivo de la gente ‘acomodada’. Y de regreso al punto de partida, solamente los ‘casados’ pueden tener relaciones extraconyugales. Perogrullada, tan superflua, aunque no tan exasperante, como “la paz es mejor que la guerra”.
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En la Selección Colombia de fútbol hay una trilogía (¿’tres tragedias’?); y la penúltima etapa de la Vuelta a Colombia durante muchos kilómetros fue comandada por otra trilogía (¿‘tres novelas’?). Alguien dirá que deliro. No, no lo crea: lo primero lo escribió el comentarista deportivo Gabriel Meluk, comentando la actuación de James, Cuadrado y Cardona: “Como la incapacidad ofensiva de la trilogía creativa” (El Tiempo, 25/6/2016); lo segundo, en la misma fecha, lo dijo el comentarista de ciclismo Carlos Julio Guzmán: “La trilogía de cabeza” (RCN). A éste se le puede perdonar el disparate, porque, al fin y al cabo, estaba improvisando; al primero, no, pues, a pesar de la inminencia de la hora de entrega de su columna, si ignora qué es una ‘trilogía’, debe consultar. Si lo hubiese hecho, habría encontrado que ‘trilogía’ no es sinónimo de ‘trío’, la palabra que debió usar, sino lo siguiente: “Conjunto de tres obras literarias que constituyen una unidad. Particularmente conjunto de tres tragedias del mismo autor, que era presentado a los concursos en los grandes juegos de la Grecia antigua” (M. Moliner). Ejemplo, la Orestíada, de Esquilo, compuesta de las tragedias Agamenón, Las Coéforas y Las Euménides. Y es un término, ‘trilogía’, que no tiene sinónimo; ‘trío’ (‘conjunto de tres’) sí tiene uno, ‘terceto’, pero éste se emplea en literatura (estrofa de tres versos) y música (‘composición para tres voces o instrumentos; conjunto de estas tres voces e instrumentos).
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Es lo mismo Chana que Sebastiana. Es un dicho con el que se quiere decir, simplemente, que dos cosas, aparentemente diferentes, son en realidad lo mismo. Un redactor de El Tiempo, al relatar los problemas jurídicos de un sacerdote católico, que, como todo ser humano, sucumbió a las tentaciones, escribió: “Según el expediente, Zapata Betancourth, que es presbítero -un rango por encima de los demás sacerdotes- logró…” (Debes saber, 1/7/2016). No, señor, en la Iglesia Católica no hay ninguna diferencia entre ‘presbítero’ y ‘sacerdote’. ‘Presbítero’, enseña El Diccionario, es “clérigo ordenado de misa, o sacerdote”. ‘Presbítero’ proviene del griego ‘presbyteros’ (‘más viejo’) a través del latín ‘presbyter-i’ (‘anciano’). Según Corominas, de finales del siglo XV. Y ‘sacerdote’, del adjetivo latino ‘sacer’ (‘persona consagrada a una divinidad’) a través del sustantivo ‘sacerdos’ (‘ministro de algún culto a alguna divinidad, a Dios’). Según el mismo erudito, de mediados del siglo XV. Lo mismo, pues, señor, Pacho que Francisco.
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